jueves, 16 de agosto de 2007

El Café

Las seis de la tarde. Hora de la cita. Me acerco con el coche, se me ha echado el tiempo encima. Doy un rodeo, no encuentro aparcamiento. Cuando llego, pasan cinco minutos, ella me espera. Nos saludamos y le propongo cambiar de mesa; está sentada al sol y es Agosto. Aún con el cambio de mesa sigue habiendo bochorno y ruido, demasiado ruido. Después de haber esperado un año, el café bien merece un poco de tranquilidad. Le propongo ir a otro bar, al lado del mar. Accede. Con el coche no tardamos ni tres minutos en llegar. Qué bien se está: brisa marina, sombra, y un ligero ambiente musical, llega algún rumor de la playa. Nos inclinamos por un refresco, adiós café. Charlamos, nos quitamos la palabra. Mi reciente viaje, su trabajo, nuestros hijos,...Así pasamos más de una hora. Conscientes de nuestros compromisos, nos empezamos a despedir, no sin antes enseñarle dónde nado cada mañana, me confiesa que era el lugar dónde de niña iba a nadar también a diario. Le propongo un próximo chapuzón juntas... Le acompaño en parte de su regreso, andando, bordeando la costa. Pasamos al lado del Oratorio: hay un funeral. Seguimos el paseo unos minutos más, terminamos por hablar de política. Nos despedimos, con la promesa de no esperar otro año hasta el próximo café. Rehago el camino sola, contenta del encuentro, hasta llegar al coche. Cuando llego a casa miro el reloj: son las ocho menos cuarto.

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