lunes, 1 de diciembre de 2014

Dolores Redondo: Ofrenda a la tormenta

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[...]
   Amaia se quedó en silencio durante unos segundos, desvió la mirada de los inquisitivos ojos de Sarasola y miró a través de la ventana hacia el oscuro cielo de Pamplona. Los hombres permanecían en silencio, conscientes de que a pesar de la quietud aparente en la mente de la inspectora los engranajes giraban a toda velocidad. Cuando Amaia volvió a mirar al interior de la sala y a Sarasola, las dudas en su rostro habían sido sustituidas por la determinación.
   —Doctor Sarasola, ¿sabe qué es un Inguma? 
  —Mau mau o Inguma. No qué es, sino quién es. La demonología sumeria lo llama Lamashtu, un espíritu maligno tan antiguo como el mundo, uno de los demonios más horribles y despiadados, sólo superado por Pazuzu, que es el nombre que los sumerios dan a Lucifer, el primer y más importante demonio. Lamashtu arrancaba de los brazos de las madres a niños de pecho para comerse su carne y beberse la sangre, y también provocaba la muerte súbita de los bebés en la cuna. Esa muerte súbita durante el sueño provocada por algún ser maligno está presente en las culturas más antiguas. En Turquía recibe el nombre de «demonio aplastante»; en África, su nombre se traduce literalmente como «demonio que cabalga a tu espalda»; la etnia hmong lo llama «demonio torturador», y en Filipinas se conoce como bangungut, y el ser que lo provoca es una vieja que recibe el nombre de Batibat. En Japón, el síndrome de muerte súbita durante el sueño se conoce como pokkuri. El pintor Henry Fuseli lo retrató en su famoso cuadro La pesadilla; en él se ve a una joven dormida en un diván y a un demonio que se sienta sobre ella con gesto ruin mientras, ajena a su presencia, la mujer parece sufrir atrapada en un mal sueño. Recibe muchos nombres, pero su proceder es siempre el mismo: penetra por la noche en la estancia de los que duermen, se sienta sobre sus pechos y en ocasiones aprieta su cuello causándoles una terrible sensación de ahogo que puede ocurrir dentro de la propia pesadilla, de la que son conscientes, pero en la que no pueden despertarse ni moverse. Otras veces Inguma aplica su boca sobre la del durmiente robándole el aliento hasta que muere.

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