domingo, 27 de julio de 2008

Una Noche de Perros - Hugh Laurie

Soñé muchas cosas que no te contaré para no hacerte sentir incómodo, y lo último que soñé fue que pasaba el aspirador por mi alfombra. Lo pasaba una y otra vez, pero lo que manchaba la alfombra se negaba a desaparecer.
Entonces me percaté de que estaba despierto, y que la mancha en la alfombra era el sol, porque alguien acababa de abrir las cortinas de par en par. En una fracción de segundo, mi cuerpo adoptó una impecable posición de combate, con el cable en una mano y la voluntad de matar en mi corazón.
Pero entonces me dí cuenta de que eso también lo había soñado, y lo que hacía en realidad era estar tendido en la cama con la mirada puesta en una mano peluda muy cerca de mi cara. La mano desapareció, y atrás quedó una taza que humeaba y el aroma de una popular infusión que se comercializa con el nombre de PG Tips. Quizá en aquella fracción de segundo fui capaz de deducir que si unos intrusos quieren degollarte, no abren las cortinas y te sirven té.
-¿Qué hora es?
-Pasan treinta y cinco minutos de las ocho. Es la hora de sus ejercicios, señor Bond.
Me senté en la cama y miré a Solomon. Se lo veía bajo y alegre como siempre, con la misma horrible gabardina marrón que había comprado en las rebajas.
-Debo suponer que has venido a investigar un robo, ¿no es así? -dije mientras me frotaba los ojos hasta que comencé a ver unos puntos blancos.
-¿Cuál sería ese robo, señor?
Solomon llamaba a todo el mundo "señor", excepto a sus superiores.
-El robo de mi timbre.
-Si lo que pretende, a su manera sarcástica, es referirse a mi silenciosa entrada en su morada, entonces debo recordarle que soy un practicante de la magia negra, y que los practicantes, para merecer ese término, deben practicar. Ahora compórtese como un buen chico y vístase. Se nos hace tarde.
Desapareció en la cocina y oí los chasquidos y los zumbidos de mi tostadora del siglo XIV.
Me levanté de la cama, me dolió el brazo izquierdo al apoyarlo, me puse una camisa y un pantalón y me llevé la afeitadora eléctrica a la cocina.
Solomon había puesto la mesa para mí y había dejado unas tostadas en una parrilla que yo ni siquiera sabía que tenía en casa. A menos que él la hubiera traido, cosa poco probable.
-¿Más té, monseñor?
-¿Tarde para qué?
-Una reunión, amo, una reunión. Veamos, ¿tiene usted una corbata?
Sus grandes ojos castaños me miraron, expectantes.
-Tengo dos -respondí-. Una es del club Garrick, al que no pertenezco; la otra aguanta la cisterna del váter contra la pared.
Me senté a la mesa y ví que incluso había encontrado en alguna parte un frasco de mermelada Keiller's Dundee. No tenía ni idea de cómo lo hacía, pero Solomon podía rebuscar en una papelera y sacar un coche de ella si era necesario. Un buen tipo para llevarte al desierto.
Quizá era allí adonde iríamos.
-¿Quién le está pagando las facturas estos días, amo? -Aparcó medio culo en la mesa y me miró comer.
-Esperaba que vosotros.
La mermelada estaba deliciosa, y quería hacerla durar, pero advertí que Solomon tenía prisa por marcharse. Consultó su reloj y desapareció de nuevo en el dormitorio. Lo oí trastear en el armario en un intento de encontrar una chaqueta.
-Debajo de la cama -grité. Recogí el magnetófono. La casete seguía allí.
Mientras me bebía el té, entró Solomon con un blazer cruzado al que le faltaban dos botones. Lo sostenía como un ayuda de cámara. No me moví de donde estaba.
-Oh, amo. Por favor, no pongas pegas. No antes de recoger la cosecha y que las mulas estén descansadas.
-Sólo dime adónde vamos.
-Carretera abajo, en una espléndida carroza. Le encantará, y en el camino de regreso podrá comerse un helado.
Me levanté lentamente y me puse la chaqueta.
-David.
-Estoy aquí, amo.
-¿Qué pasa?
Frunció los labios y el entrecejo. No era la manera correcta de hacer preguntas de ese tipo. Me mantuve firme.
-¿Estoy en un lío?
-Eso parece.
-¿Eso parece?
-Hay treinta centímetros de cable en aquel cajón; el arma preferida del joven amo.
-¿Y?
Me obsequió con una fugaz y cortés sonrisa.
-Puede causarle problemas a alguien.
-Corta el rollo, David. Lleva meses en el cajón. Lo compré para unir dos cosas que están muy juntas.
-Sí. La factura es de hace dos días. Todavía está en la bolsa.
Nos miramos el uno al otro durante unos momentos.
- Lo siento, amo. La magia negra. Vámonos. (págs.29-31)