sábado, 21 de junio de 2008

Bartleby, el Escribiente - Herman Melville

Mientras volvía andando a casa meditabundo, mi vanidad le ganó la batalla a mi piedad. No podía sino vanagloriarme en gran manera por la gestión magistral que había llevado a cabo para deshacerme de Bartleby. Magistralmente, digo; y así le debe parecer a cualquier persona imparcial, Lo maravilloso de mi proceder parecía estribar en su perfecta serenidad. No hubo groseras fanfarronadas, ni ningún tipo de bravuconadas, ni coléricas intimidaciones, ni grandes zancadas por la habitación de allá para acá, soltando impetuosas órdenes para que Bartleby se largase rápidamente con sus trastos de mendigo. Nada parecido. Sin pedirle a Bartleby a voz engrito que se marchara -tal y como hubiera hecho un talento inferior-, di por hecho que iba a marcharse; y a partir de esta hipótesis construí todo lo que tenía que decir. Cuanto más pensaba en cómo había actuado, más encantado estaba. Sin embargo, a la mañana siguiente, al despertarme, me surgieron las dudas -de alguna manera, con el sueño, se me habían pasado los humos de la vanidad-. Uno de los momentos más serenos y acertados que tiene un hombre es justo por la mañana, al despertarse. Mi intervención parecía la más sagaz, pero solo en teoría. La dificultad residía en cómo resultaría en la práctica. Haber asumido la marcha de Bartleby fue una idea realmente preciosa; pero, después de todo, esta hipótesis era solo mía y no de Bartleby. El quid era, no si yo había asumido que iba a dejarme, sino más bien si él preferiría hacerlo. Era un hombre de preferencias más que de hipótesis. (págs. 53-54)

Yes - Soon

jueves, 19 de junio de 2008

Stieg Larsson - Los hombres que no amaban a las mujeres

- Sí, pero estoy convencido de que no me habrás hecho venir hasta aquí para hablarme de viejos recuerdos familiares.
- Tienes razón. Llevo varios días preparando lo que voy a decirte, pero ahora que, por fín, te tengo delante, no sé muy bien por dónde empezar. Supongo que has leído algo sobre mí antes de aceptar la invitación. Si es así, ya sabrás, sin duda, que en su día ejercí una gran influencia sobre la industria y el mercado del país. Hoy no soy más que un viejo que va a morir dentro de poco; mira, la muerte tal vez sea un excelente punto de partida para esta conversación.
Mikel le dio un sorbo al café -¡de puchero!- mientras se preguntaba dónde desembocaría la historia.
- Me duelen las caderas y me cuesta dar largos paseos. Algún día tú mismo también comprobarás cómo los viejos se van quedando sin fuerzas. Yo no tengo demencia senil ni estoy obsesionado con la muerte, pero me encuentro ya en esa edad en la que debo aceptar que mi tiempo se está acabando. Llega una hora en la que uno quiere hacer balance de su vida y concluir las cosas que estan a medio terminar. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Mikel asintió. La voz de Henrik Vanger era firme y clara; a Mikel ya le había quedado claro que el anciano hablaba con cordura y no estaba senil.
- Lo que no acabo de entender es qué pinto yo en todo esto -insistió.
- Te he pedido que vengas porque quiero que me ayudes con ese balance final. Me quedan algunas cosas por aclarar.
- ¿Por qué yo? Quiero decir... ¿qué te hace pensar que yo puedo ayudarte?
- Porque cuando empecé a pensar en encontrar a alguien, tu nombre salió en el caso Wennerström. Sabía quién eras. Y quizá también porque te tuve en mis rodillas siendo tú un chavalín. -Hizo un gesto de rechazo con la mano-. No, no me malinterpretes. No cuento con que me ayudes por razones sentimentales. Sólo te estoy explicando por qué tuve el impulso de contactar precisamente contigo.
Mikel se rió amablemente.
- Bueno, me temo que son unas rodillas de las que no me acuerdo muy bien. Pero ¿cómo sabías que era yo? Eso fue a principio de los años sesenta...
-Perdona, no lo has entendido. Os mudasteis a Estocolmo cuando tu padre consiguió un trabajo como jefe de taller de Zarinders Mekaniska, una de las muchas empresas que formaban parte del Grupo Vanger. Fuí yo quién le recomendó para el puesto. No tenía formación, pero yo sabía que valía mucho. Me encontré con él varias veces a lo largo de los años, cuando yo iba a Zarinders por algún asunto. Tal vez no fuéramos íntimos amigos, pero siempre hablábamos. La última vez que le ví fue un año antes de morir; entonces me contó que te habían aceptado en la Escuela Superior de Periodismo. Estaba muy orgulloso. Luego, poco después, te hiciste famoso con lo de aquella banda de atracadores y el apodo Kalle Blomkvist. Durante todos estos años he seguido tu trayectoria profesional y he leído muchos de tus artículos. La verdad es que leo Millenium bastante amenudo.
- Vale, de acuerdo. Pero ¿qué es exactamente lo que quieres que yo haga?

Henrik Vanger bajó la mirada durante un breve momento; luego tomó un sorbo de café, como si necesitara un descanso antes de abordar el verdadero asunto.
- Mikel, ante todo me gustaría hacer un trato contigo. Quiero que hagas dos cosas. Una es el pretexto y la otra el verdadero motivo.
- ¿Qué tipo de trato?
- Te voy a contar una historia en dos partes. La primera parte versa sobre la familia Vanger. Es el pretexto. Es una historia larga y oscura, pero intentaré atenderme a la verdad sin maquillarla. La segunda parte aborda el asunto en sí. Creo que en ciertos momentos mis palabras te parecerán... una locura. Lo que te pido es que me prestes atención hasta el final, que escuches lo que quiero que hagas y lo que te ofrezco a cambio antes de decidir si aceptas el encargo o no. (págs. 103-105)

martes, 17 de junio de 2008

Ceniza Lunar

Escuchaba ayer en la radio que por el módico precio de unos miles de euros (no muchos) una podía aspirar a ser enterrada en la luna.

Si no oí mal había dos modalidades de entierro dependiendo de donde se colocaran las cenizas: bien en la propia luna (el Valle de la Tranquilidad sería un lugar idóneo sin duda), bien en órbita alrededor del satélite terrestre, con imejorables vistas al espacio exterior.

Hay que aclarar que estos restos no se esparcirán al libre albedrío, sino que estarían comodamente instalados en satélites artificiales, en compañía de otros miles de restos por tal de compensar a la empresa funeraria-espacial los costes y molestias que el lanzamiento puede ocasionar.

Bien, no cuesta imaginar futuras misiones lunares en las que además de los cálculos própios del alunizaje deban incluir estrategias de esquive y escape a urnas gigantes en perpétuo movimiento estelar.

El Cementerio Espacial tendrá en pocos años éxito mundial, porque si bien Verne o Cyrano soñaban con Selene, nosotros por casi nada podremos disfrutar de su hospitalidad por toda la eternidad.

viernes, 13 de junio de 2008

Fernando Pessoa - Hay dolencias peores que las dolencias

Hay dolencias peores que las dolencias,
hay dolores que no duelen, ni en el alma
pero que son dolorosos más que los otros.

Hay angustias soñadas más reales
que las que la vida nos trae, hay sensaciones
sentidas sólo con imaginarlas
que son más nuestras que la misma vida.

Hay tantas cosas que, sin existir,
existen, existen demoradamente,
y demoradamente son nuestras y nosotros…

Por sobre el verde turbio del ancho río
los circunflejos blancos de las gaviotas…
Por sobre el alma el aleteo inútil
de lo que no fue, ni puede ser, y es todo.

Dame más vino, porque la vida es nada.

martes, 10 de junio de 2008

En el tanatorio se supo

Nunca quiso decir la edad que tenía, en el tanatorio se supo: se fue de este mundo con 92 años. En mi casa siempre la conocimos como la sra. R. y este pasado viernes, tras una larga enfermedad y repetidas estancias en la clínica, nos abandonó.

Vamos acercándonos a la iglesia a modo de paseo, imposible hacerlo en coche, allí no hay quien aparque. En el camino mi madre se queja de la rodilla pero, mientras va cojeando, reconoce que hace unos años hicieron con la rótula un apaño muy bueno, que en el fondo mucho le está durando. Llegamos a la parroquia con cierta antelación, aún así, como suele ser normal en estos casos, los familiares más directos ya estan esperando la hora de inicio del funeral. Las ocho y media. Damos besos y estrechamos manos al tiempo que las acompañamos de las ya acostumbradas palabras de pésame.

- Ya os dejó la tía.
- Sí, ya ha dejado de sufrir.

Hay poquita gente afuera.

Como mi madre sigue quejándose de la rodilla decidimos entrar en la iglesia a pesar de que se esta oficiando otra misa de funeral. Siempre se dijo de la primavera que era la estación que daba a la par más vida y más defunción. El recinto está abarrotado, aún van por la comunión. Participamos del oficio que queda y al terminar, aprovechamos para adelantar unos bancos para estar más cerca de los familiares a quienes queremos acompañar.

En la espera entre oficio y oficio, veo que dos ancianos al lado del Sagrario, miran el suelo. Uno de ellos con gran esfuerzo se acacha. Aprovecho, me levanto y les pregunto si les puedo ayudar en algo. Me dice que la llave del Sagrario se les ha caido bajo el entarimado y no la encuentran. Me arrodillo mientras meto la mano por una estrecha rendija, tanteo. Bajo la tarima toco alguna porquería, pero el frío tacto de metal no lo encuentro. Me disculpo y digo que no la encuentro, me explican que tienen otra de repuesto, que mañana, con tiempo, correran el entarimado y la cojeran. Vuelvo a mi asiento. En el banco mi madre, sola, mira atenta.

Mientras tanto el cura acaba por convidar a los familiares del primer funeral a abandonar la iglesia. Llevamos de retraso un cuarto de hora. Miró atrás y veo que la iglesia está casi vacía. Y pienso en ella. La sra. R. una vecina venida de Barcelona hará unos sesenta, setenta años, sin descendencia. No, no hay apenas gente en la iglesia. Muchos años de voluntaria reclusión en su casa, sin pisar la calle apenas. En la iglesia solo estamos un ramillete de antiguos vecinos y media docena de familiares. Qué pocos somos.

El funeral se oficia rápido y pronto damos el pésame. Nos vamos retirando. Ya camino de la calle, pero aún en el templo, interpelan a mi madre. Gente que recuerdo de mi niñez y que aún puedo reconocer apesar del paso del tiempo. Son vecinos de antaño, que como nosotras, han querido acompañar en el duelo. Reencuentros efímeros, rescate de viejas memorias, incluso de secretos anhelos. Siempre, sin duda, es lo mejor de este evento. Ya en la calle encontramos a más antiguos vecinos. Se estrechan más manos, se dan más besos. Se sonríe ante lo extraordinario del momento. Después de tanto tiempo. Se presentan hijos, se cuentan paraderos y cuando la conversación se agota, se recurre a la manida frase de:

- A ver si nos vemos pronto...
- Sí, pero que no sea en un entierro.

Volvemos a casa, acompañadas de otra vecina y en el trayecto hablamos de presentes, de hijos, de nietos. De la huelga que hoy empieza, de horarios y despensas. Ya la sra. R. sólo forma parte de nuestros recuerdos.
Descanse en Paz.