domingo, 9 de marzo de 2008

Invierno: primer movimiento

La primera vez que ví el pueblo me pareció una postal. La carretera, que discurría por la falda de la montaña, alumbraba el pueblo tras una recta de dos kilómetros a nivel del mar. El día cálido de primavera avanzada resaltaba el azúl mediterráneo que ocupaba casi la totalidad del paisaje, y el blanco de la mayoría de las casas, plantas bajas, resplandecía contrastando con el verdor de la pequeña viña y los pinos. El silencio, rey de aquel entorno, actuaba de catalizador de los sentidos. Los poros respiraban sosiego y belleza.

Tras unas cuantas gestiones conseguí alquilar un pequeño apartamento en un edificio en primera línea de mar. No se alcanzaba a ver pero el rumor de las olas entraba en todos los rincones de aquel pequeño paraíso. Estaba en la segunda planta y gracias a un pequeño balcón, que daba a la calle, resultaba ser muy luminoso. Tenía casi un año por delante y la soledad iba a ser mi nueva amiga. Acababa de experimentar algo nuevo, compartir por primera vez un piso con tres chicas más, y ahora iba a pasar al extremo opuesto: vivir sola por primera (y única) vez . Son las vueltas de la vida.

Fueron pasando los meses y no tardé en encontrar mi rutina. Para acortar la semana, escapaba los miércoles por la tarde y regresaba al día siguiente a primera hora de la mañana. Muchas veces mi padre se venía conmigo para hacerme compañía. El viernes a mediodía, momento glorioso, regresabamos a la ciudad hasta que, con el lunes, el ciclo volvía a empezar. Fue entonces cuando fui consciente de la contaminación acústica que había en la ciudad.

Tenía en aquel tiempo un cachorro, un spaniel pequinés, que me habían regalado y que resultaba ser un peluche. No le eduqué muy bien así que la fregona y el cubo andaban siempre en danza. Bueno, supongo que nos alegramos un poco la vida. Un año después se escapó y por más que lo buscamos no hubo modo. Siempre he pensado que con su aspecto robó algún otro corazón.

Muchos fueron los viajes que hice aquel año y para amenizarlos no faltaba la música que cabalgaba conmigo. Había dos cintas que intercambiaba, una era de Carmina Burana y la otra Las Cuatro Estaciones. Según el estado de ánimo se iban alternando. Como llegada a cierta población la radio era una pura interferencia me acostumbré a pasar directamente de ella. De tanto oirlas las hice mías y, cómo no, había pasajes que siempre me conmovían. Uno de ellos era el Primer Movimiento del Invierno, imaginaba la destreza del violinista para ser fiel a las notas de Vivaldi y, sin darme cuenta, el pedal del acelerador se desbocaba al compás del Movimiento.

Muchos años después me encuentro con una interpretación, Nigel Kennedy, capaz de hacerme revivir aquella emoción. Oídla y veréis que no es para menos.


2 comentarios:

  1. Que añoranzas...

    Una maravilla este invento del youtube, te encuentras de todo.

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  2. ¿Añoranzas?... pues sí. Supongo que llegados a cierta edad se mira tanto hacia adelante como hacia atrás.
    Viste el pueblo¿? No entra en los recorridos turísticos, pero es una preciosidad. :)

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