A un kilómetro, el grupo rodea los muros de piedra de la ermita de la Virgen de la Antigua, patrona de Hinojosa, que la guerra ha respetado, y toma la vereda de la derecha, que conduce al pozo del Arroyo. Allí hay ya un grupo de milicianos. El sargento nacional intercambia un breve saludo con el sargento republicano. Los que se conocen de visitas anteriores se saludan, se agrupan, sacan de los morrales la mercancía e inician el trapicheo. A los rojos les sobra el papel de fumar, dado que las fábricas de Alcoy caen en su zona, pero no tienen tabaco. Los nacionales, por el contrario, carecen de papel, pero tienen tabaco, porque las vegas de Granada y Canarias caen en su jurisdición. Antes que combatientes son fumadores.
Castro distingue a Manolico el de la Pirrañaca, bisojo, panzoncete, riendo como siempre, a pesar de los casi tres años de guerra.
_¿Qué pasa, Manuel? _lo saluda.
_¿Qué, dos paisanos no se abrazan? _ dice el miliciano abriendo los brazos.
Se abrazan.
_Me alegro de verte bien.
_Y yo a ti.
El de la Pirriñaca se enjuga una lágrima.
_Ahí tienes a un amigo que ha venido a verte. _ Señala el pozo con la barbilla_. ¿No te acuerdas del Churri?
_No me voy a acordar.
El Churri está sentado en el brocal. Alto, moreno, más delgado, quizá sea el mono azul que viste debajo de la chaqueta de cuero. Le sonríe sin dobleces a su antiguo amigo.
_Juanillo, ¿cómo te va?
Después de una vacilación, los dos se funden en un largo abrazo largo y silencioso. Castro no puede reprimir las lágrimas. Se las limpia con el dorso de la mano. Sonríe avergonzado.
_¡Coño, Churri, mira, aquí llorando como un gilipollas!
El Churri le palmea la espalda. Le mete en el bolsillo de la guerrera un puñado de carterillas de papel de fumar.
_Benito, yo no te he traido tabaco _se excusa Castro_. Con las prisas...
_¡Qué más da!
_No sabes la alegría que me llevé ayer al saber que estabas vivo. Con esta mierda de guerra...
_Yo también me alegré por ti. Digo, mira Juanillo, al joío lo bien que le va con los mulos, que es lo suyo, aunque sean fascistas, ¡qué coño!
_¡Los mulos que van a ser fascistas! _protesta Castro riendo_. Ni rojos ni fascistas. Más conocimiento tienen que nosotros.
El Churri sonríe. Reflexiona un momento, serio, y luego dice:
_Todo este tiempo me ha escocido lo mal que quedamos, nosotros, que éramos como hermanos... más que hermanos. No sabes cómo he pensado en ti, con ganas de que acabara la guerra para encontrarte y que nos diéramos un abrazo de paz...
Castro aprieta el brazo de su amigo.
_Pues ya nos lo hemos dado, Benit.o. Yo también he pensado mucho en lo mal que lo hicimos. La culpa la tuve yo. Ya sabes: por el qué dirán... Como mi padre no quería que me significara con elementos anarquistas...
_¡Venga, hombre! La culpa fue de los dos, que yo también me puse muy burro y debí mandar a la mierda al comisario de mi sección cuando me dijo que qué era eso de tener un amigo fascista...
_Venga, Benito: eso ya es agua pasada. ¿Todavía te gusta el chocolate?
_¡Coño, Juanillo, eso no se pregunta!
Saca Castro media tableta de chocolate y la comparte con su amigo. (págs. 110-111)
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