De un tiempo a esta parte, y siempre que le viene en gana, se presenta en casa el minino en cuestión.
Apareció un buen día, hace ya más de un año, y tras observarme en la distancia, con cierto detenimiento y mucho recelo, se fue.
En otra ocasión se dejó ver y su mirada, aunque no más intensa, sí fue doble. Me examinó antes de cruzar la terraza y antes de perderse escaleras arriba.
Así fue apareciendo, cada vez con mayor frecuencia y una -ténue- menor indiferencia. Le empecé a llamar, psssssss-psssssssssssss, minino-minino, pero que si quieres arroz Catalina: ni caso.
Llegó el momento en que, ante mi sorpresa, repondió a la llamada y se acercó. Pasó entre mis piernas, enroscó la cola y al ir a acariciarle se esfumó. Mminino-minino, pssssss-pssssss, pero nada.
Ese tipo de encuentros se sucedieron, hasta que aumentó el número de "enroscamientos" y "tocamientos". Muchas veces, al llegar a casa, le veía en la terraza, en la solana, dormilando. No había temor.
El platillo con leche no tardó en llegar, pero sinceramente, apenas lo probaba. Repetí la estrategia pero con escaso éxito. He de decir, que siempre le he visto lustroso, bien alimentado. Desconozco si tiene dueño, yo diría que no.
El día de la foto, me pilló con una lata de atún abierta en la nevera y pensé en seducirle un poco mejor. Comió sin mucho interés. Estuvo apenas dos o tres minutos, a cinco no llegó y como siempre, se esfumó. El tratamiento a cuerpo de rey apenas le inmutó.
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