1
Dicen las gentes del lugar que "la del Portal" es la ermita donde a las muchachas más les gusta casar…
Siempre había sido testigo de los matrimonios que se celebraban en la antigua capilla cuyo portal se abría cual proa a los mares serenos e inquietos que embestían las rocas en su base, su asiento, su cimiento imbatido. Cuando la arena descansaba o dormía, ella temía importunarla o herirla con la huella de sus pies suaves de niña. Fue así que de alguna forma aprendió a volar, a no rozar el suelo, a caminar sobre el viento… Imposibles ejercicios que otros niños desarrollaban sobre papel de arroz, ella los imitaba en la playa sobre las brillantes pepitas de oro que conformaban su magnífico tesoro. Seguramente intuía que para ella no habría esa dicha, una fiesta con flores, arroces en el aire y pétalos sostenidos en el viento de la tarde.
En diciembre cumpliría 15 años y era poco lo que podía conocer de la vida. ¡Si era apenas de sueños lo que sabía! Por eso, cuando él le susurró: "Nada sabe tan dulce como tu boca", ella experimentó esa dulzura que emanaba de sí misma y sus reservas cedieron y se entregó a lo desconocido.
Era una niña que apenas podía cuidar de sí misma. Era una madre niña con la más preciosa de las criaturas en sus brazos infantiles, preciosa a su corazón, dueña de su alma y motivo de su amor infinito. En diciembre cumpliría quince años y mientras en su vida se infiltraba el temor, la duda horadaba obstinada sus entrañas.
En diciembre cumpliría quince años y ya comprendía que no debía alejarse jamás del sueño del bebé de ojos de ébano. Empujaba el cochecito, lo llevaba consigo, lo mecía y acunaba con amoroso gesto y ritmo. El niño sentía la suavidad de aquel baile y se dormía complacido.
2
Despertó la mañana con la noticia del hallazgo de un cochecito de recién nacido, negro y magullado, allá justamente junto a Nuestra Señora, a los pies de su ermita. Acudió la gente, curiosa, acudió presurosa.
Buscaron incansablemente de día y de noche sin que del bebé y de la niña se hallara un rastro ni hubiera más noticias desde aquel fatídico día.
En diciembre cumpliría quince años, recuerdan todavía los más viejos. Cuentan que pretendía llegar a la playa, imprudente, y que en la terquedad de su huida perdió el camino, erró los pasos, se despeñó por el terraplén y el mar, al retroceder, se llevó consigo los cuerpos de ambos, de la mamá y su niño.
Pero hay quien prefiere recordar cuánto quería aquella niña a su hijo; recuerdan que sintió tan grande la amenaza de perderlo que oró con todas sus fuerzas a la virgen de la ermita, y ésta abrió a sus pies la puerta a un paraíso, un portal que ambos atravesaron en silencio, sin ser vistos.
Hay tardes en que a la orilla del mar se oyen como ecos de risas. Hay huellas en la arena, hay movimientos en el aire… hay cosas que uno no sabe, no se explica… son como juegos de niños.
Dicen las gentes del lugar que "la del Portal" es la ermita donde a las muchachas más les gusta casar…
Siempre había sido testigo de los matrimonios que se celebraban en la antigua capilla cuyo portal se abría cual proa a los mares serenos e inquietos que embestían las rocas en su base, su asiento, su cimiento imbatido. Cuando la arena descansaba o dormía, ella temía importunarla o herirla con la huella de sus pies suaves de niña. Fue así que de alguna forma aprendió a volar, a no rozar el suelo, a caminar sobre el viento… Imposibles ejercicios que otros niños desarrollaban sobre papel de arroz, ella los imitaba en la playa sobre las brillantes pepitas de oro que conformaban su magnífico tesoro. Seguramente intuía que para ella no habría esa dicha, una fiesta con flores, arroces en el aire y pétalos sostenidos en el viento de la tarde.
En diciembre cumpliría 15 años y era poco lo que podía conocer de la vida. ¡Si era apenas de sueños lo que sabía! Por eso, cuando él le susurró: "Nada sabe tan dulce como tu boca", ella experimentó esa dulzura que emanaba de sí misma y sus reservas cedieron y se entregó a lo desconocido.
Era una niña que apenas podía cuidar de sí misma. Era una madre niña con la más preciosa de las criaturas en sus brazos infantiles, preciosa a su corazón, dueña de su alma y motivo de su amor infinito. En diciembre cumpliría quince años y mientras en su vida se infiltraba el temor, la duda horadaba obstinada sus entrañas.
En diciembre cumpliría quince años y ya comprendía que no debía alejarse jamás del sueño del bebé de ojos de ébano. Empujaba el cochecito, lo llevaba consigo, lo mecía y acunaba con amoroso gesto y ritmo. El niño sentía la suavidad de aquel baile y se dormía complacido.
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Despertó la mañana con la noticia del hallazgo de un cochecito de recién nacido, negro y magullado, allá justamente junto a Nuestra Señora, a los pies de su ermita. Acudió la gente, curiosa, acudió presurosa.
Buscaron incansablemente de día y de noche sin que del bebé y de la niña se hallara un rastro ni hubiera más noticias desde aquel fatídico día.
En diciembre cumpliría quince años, recuerdan todavía los más viejos. Cuentan que pretendía llegar a la playa, imprudente, y que en la terquedad de su huida perdió el camino, erró los pasos, se despeñó por el terraplén y el mar, al retroceder, se llevó consigo los cuerpos de ambos, de la mamá y su niño.
Pero hay quien prefiere recordar cuánto quería aquella niña a su hijo; recuerdan que sintió tan grande la amenaza de perderlo que oró con todas sus fuerzas a la virgen de la ermita, y ésta abrió a sus pies la puerta a un paraíso, un portal que ambos atravesaron en silencio, sin ser vistos.
Hay tardes en que a la orilla del mar se oyen como ecos de risas. Hay huellas en la arena, hay movimientos en el aire… hay cosas que uno no sabe, no se explica… son como juegos de niños.
Wara,
1º de Diciembre de 2008
1º de Diciembre de 2008
P.S.: La semana pasada salí a dar un paseo por donde acostumbro y para variar me llevé la cámara. El día luminoso, para ser finales de noviembre, regalaba colores difíciles de recoger en esta época del año. Trasteando con el zoom de la cámara, me dí cuenta de que había un cochecito de bebé nuevo y caído en un lugar impensable. Se me ocurrieron unos cuántos porqués de aquel objeto en aquel sitio, y pensé que podría muy bien ser motivo de una historia. Pocas horas después le propuse a Wara, por todo el morro, que me regalara un cuento basándose en las fotos que le iba a mandar. Así que tras el interrogatorio de primer grado,al que sometió, acerca del lugar y sus aledaños y, la visualización de las instantáneas, accedió a mi petición descarada. Éste que tenéis arriba, es el resultado de sus pesquisas y fabulaciones. Muchísimas gracias Wara.
No tienes nada que agradecerme, al contrario; sólo con haber conseguido acercarme un poquito a la historia que tú deseabas, es suficiente.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Esta wara es increible, estupenda historia, alucinado me he quedado, sin palabras.
ResponderEliminar:) Sí, es un privilegio contar con ella.
ResponderEliminarPrecioso cuento, como siempre, Wara. Una sorpresa muy agradable habérmelo encontrado por estos lares. Bien hecho Pi!!! :-)
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarPrecioso cuento el de Wara, si señor, magnífico. Y magnífica amiga que se prestó a "tu petición descarada", jejejejeje
Estoy haciendo un repaso por los blogs amigos porque hacía mucho que no me pasaba. ¡¡¡Jesus, lo que me estaba perdiendo!!! Teneis unas bitácoras preciosas. Este año no seré tan perezosa...
Además aprovecho para desearte
¡¡FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2009!!!
Besos.AlmaLeonor
Como a Alma, me sorprendo continuamente cuando me paseo por las páginas de mis ciberamigos. Wara es una maravilla. Qué lujo poder rodearme de este universo de personas tan estupendad.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Carmenneke! Gracias Alma! Gracias Ilona!... Siesquesemosestupendas!!! :D
ResponderEliminarEnvuélvete en el calor de la arena y duerme en ella escociéndote la piel: eres tú.
ResponderEliminarRocíate de nieve en la noche, y baila desnuda sacudiendote los pies helados con una sonrisa:
eres tú.
Acaríciate con el fragor de los jazmines al caer la tarde y perfuma el sopor de los que te miran atónitos...sí eres tú.
Siente entonces que eres la pieza más querida e imprescindible de tí, la que necesariamente, es.
A wara
Qué alegría verte por aqui Josean! Muchas gracias por tus palabras! :)
ResponderEliminarUf, muchísimas gracias, Josean, nunca nadie me había dedicado unas palabras tan bonitas y sugerentes... No sé qué decir, salvo que sois todos maravillosos y muy generosos, gracias.
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