Hay a la entrada de casa un chopo que va dando muestras de madurez a lo largo de todo el año. Bien porque tira la hoja, bien porque se desprende de ramas medio secas (o podridas), bien porque quiere fecundizar y anda esparciendo semillas a diestro y siniestro. Total que a lo largo de todo el año va teniendo algo que contar el álamo en cuestión.
Ahora precisamente estamos en ese momento, momento de fecundar. Momento en el que ademas empieza a lucir sus jóvenes hojas. Hojas en las que los que los mirlos, palomas, estorninos y demás seres avíferos, se divierten y revolotean mientras hacen del pequeño sendero que yace a sus pies un empedrado nevado a la par que abonado.
La conjunción de tales elementos, semillas y excrementos, provocan cierta pesadez en el andar de tal modo que al caminar notas como tu huella se quiere quedar atrás, tal es la sensación de adherencia. Como quiera que las tardes generosas de Abril dan mucho de sí (en cuanto a horas de luz) me propuse adecentar un poco el pegajoso sendero. Frente al álamo derrochador no me podía faltar una estrategia: primero barrería y luego regaría.
El primer paso fue relativamente sencillo, con la escoba de jardinería y unos buenos bríos, conseguí ir apilando los montones de esperma vegetariano que el chopo día sí, día también va aposentando. -Seamos sinceros, hay que pasar la escoba al menos dos veces por el mismo lugar, si no se queda la mitad de la semilla pegada a la piedra (tal es su ansia de fecundidad)-.
Una vez hecho el montón correspondiente, soy consciente de que he provocado involuntariamente el apilamiento semillil justo en la zona más nevada del empedrado. Seré torpe¡! A la que me doy cuenta noto que algo me cae en la cabeza. Abandono la pala a medio camino y me llevo la mano a la testa. ¿Qué será? ¿la navidad o la semilla? Mi cabellera es tan abundante que lo absorbe todo, lo que en ella cayó, desapareció, porque mi mano no notó ni sintió ningún tropezón.
Cambio la ubicación del montón a la de "ya" y con ayuda de la pala y una bolsa reciclada de carrefour, repliego la explendorosa cosecha del árbol.
Paso a la fase dos: regar. ¿Y si en vez de regar doy manguera a presión?¿Y los zapatos? No hay problema: descalza.
Desenrosco la manguera con la sana intención de regar por un lado y desblanquear por otro, alternando la aspersión con el chorro a presión. Dicho y hecho, el agua no está fría y el suelo aún guarda el calor del día. Los piratas que ya llevaba puestos vienen a medida. Suelto la manguera verde y con el ímpetu del agua arraso con los restos de la última lluvia de tierra y con la sutil huella de las plumíferas que por allí anidan y trinan.
Tiempo total estimado: de diez a quince minutos. Tiempo real utilizado: veinte (se me escapó la manguera un poquito). Ya el sendero es sendero. Ya las plantas agradecen el riego que el cielo, desde hace semanas, les viene negando. Y ya veremos si de todo esto no nacerá un resfriado.
Los holandeses, pueblo sabio donde los haya y con gran experiencia en suelos anegados y pantanosos, han encontrado la mejor solución para el dilema: ¿mojarme los zapatos o embarrarme los pies? Es decir: ¡los zuecos!
ResponderEliminarAl próximo familiar o amigo que se vaya de viaje a Amsterdam le pides que te compre un par de tu número. Eso sí, que sean de madera que son más auténticos (y fresquitos en los veranos mediterráneos). Y tus regadas del jardín no volverán a ser las mismas.
¡Unos auténticos zuecos holandeses!Anotado queda en esa famosa lista de cosas pendientes... ;)No se me había ocurrido... bien es verdad que en verano andamos con las chanclas, pero ayer la verdad es que hubiera preferido no mojarme los pies.
ResponderEliminarNo es por hacer la competencia, pero por aquí también son típicas las zuecas de madera, aún se usan bstante entre las pescanticas que venden en la placa el pescadito fresco.
ResponderEliminarYo este fin de semana le saqué el polvo a la cortacesped.
Crocs.
ResponderEliminar* Carliños, me cuenta mi madre que cuando vivíamos en Asturias, ella los usaba, pero creo que como buena manchega que era, le costó mucho aprender a llevarlos. Y es que caminar con un zapato dentro de otro calzado, no debe ser tan sencillo. Bueno, supongo que el dicho que dice "necesidad obliga" es más que cierto.
ResponderEliminar* Ginebra, qué alegría verte! Aqui los/las (no sé que género les han puesto)crocs se empezaron a ver hace unos años. Las ví por primera vez en los hospitales y el año pasado ví que hacían bastante furor entre los bañistas. Particularmente siempre había usado en verano "ses esperdenyes" y "ses menorquines", hasta que vinimos a esta casa, en las que me decidí por las chanclas de toda la vida. Total y en conclusión que las crocs aún no las he probado.¿Tú si? :)
Galicia, Asturias, Holanda... todos lugares de mucha lluvia y suelos empantanados, ¡no intentes andar con chanclas por esos sitios! Tendríais que ver los zuecos tamaño infantil que venden por aquí, una monada para los peques.
ResponderEliminarEn cuanto a los crocs, no los he probado pero con los agujeritos que tienen arriba no los veo yo muy aptos para regar.
En cualquier caso, todo eso lo sé teóricamente, yo la jardinería se la dejo al marido tal como está estipulado en nuestro contrato matrimonial. Qué se le va a hacer, la naturaleza de demasiado cerca me da repelús, prefiero admirarla desde la ventana o la terraza.
Carmenneke, tú si que sabes hacer contratos. :))
ResponderEliminarCarmenneke, eres como mi costilla, la jardinería...toda para mi.
ResponderEliminarYo de pequeño tuve unos "autenticos zuecos gallegos", ahí queda eso :), con denominación de origen y tó.
A diferencia de su parienta, la zueca, estos tenian solo la planta de madera, bastante altita, y el resto de cuero, más bien grueso, para que el agua no calase facilmente.
(en el comentario anterior, donde puse "placa" era plaza.