miércoles, 28 de mayo de 2008

Susana Fortes - Quattrocento

Masoni humedeció apenas el pincel en la mezcla y le dio los últimos toques de rojo bermellón a la túnica del angel. De pronto interrumpió su trabajo para secarse el sudor con el antebrazo y miró al muchacho con una sonrisa triste.
_Si me muriese ahora -le dijo-, no habrías aprendido nada de mí.
Lo dijo sin motivo aparente y el ángel de la muerte salió del lienzo, aleteó un instante en la atmósfera penetrante de trementina que inundaba el taller, se posó sobre la cabeza del chico y regresó de nuevo al cuadro dejando únicamente en el suelo un rastro de plumas en el que nadie reparó. Pierpaolo Masoni volvió a mirar la figura en escorzo sobre el plano. La segunda capa le había dado a todo el conjunto una mayor complejidad óptica.
_¿Qué te parece ahora, Luca? _preguntó trantando de sacar al chico de su mutismo.
El muchacho se separó unos pasos y miró el lienzo con severidad y concentración como nunca lo había hecho hasta ese momento. Su maestro había trabajado con ahínco durante los últimos días, pero el cuadro todavía distaba mucho de estar acabado. Vio el rostro de la virgen, aquel amago de sonrisa oscura, el gesto de tender un brazo hacía el ángel y tomarlo por el dorso de su mano del mismo modo que podría hacerlo una prostitua con un cliente ya viejo; se fijó también en el niño sentado en su regazo, tocando con una mano el corpiño ajustado de su madre, mientras agitaba una campanita con la otra. Del fondo emergía un remolino de cabezas con los rostros apenas esbozados, todavía sin la expresión definida, como el personaje que aparecía arrodillado a la derecha del cuadro ofreciéndole algo a la virgen, un objeto sin perfilar, probablemente una rama de olivo o de cualquier otra planta, y al hacerlo rozaba la parte superior del muslo muy levemente, pero con la precisión de un amante. Aún con los bordes exteriores de algunas figuras sin colorear, uno ya tenía la sensación de estar contemplando una escena prohibida. No era sólo que ningún personaje, ni siquiera el propio Jesús, luciera su halo de santidad, sino que todo el conjunto carecía del orden jerárquico habitual en cualquier representación sagrada. Había un rumor invisible en todo el cuadro, algo callado y demasiado real, que al muchacho le desagradaba y le intrigaba al mismo tiempo: el tejido ordinario del vestido de la virgen, un muslo demasiado grueso, unos pies descalzos con los talones agrietados... Eran cuerpos que contenían demasiada experiencia de la vida para ser retratados. El brillo de la frente del ángel no correspondía a la naturaleza de un ser incorpóreo, pensaba el chico, sino a la de alguien que sudaba y jadeaba y daba vueltas en el lecho por la noche, sin poder dormir.
_¿Cuándo debéis entregarlo? -preguntó al cabo de unos segundos, eludiendo la pregunta de su maestro.
Masoni sonrió para sus adentros, sin que su rostro dejara traslucir ninguna expresión.
_Sigue sin acabar de convencerte ¿verdad?
_No sé, maestro... -titubeó-, es que no acierto a entender a qué pasaje bíblico se refiere vuestra adoración.
_Ese es el problema, Luca. -Los ojos de Masoni brillaban ahora con una luz distinta.
_No os entiendo.
_Está muy claro, lo que tú quieres ver en el cuadro es algo consabido, una escena mil veces descrita en los libros sagrados, pero ése no es el verdadero sentido del arte. La obra de un pintor no tiene por qué ser piadosa. Sólo tiene que ser verdad.
Luca no supo qué decir. Durante unos instantes no fue capaz de apartar la vista del lienzo. Le pareció que la atmósfera del cuadro emanaba un olor a velas, a cuarto de posada, a encuentros fortuitos.
_Fíjate en las figuras. -El pintor tomó al muchacho del brazo, instándole a acercarse más al lienzo-. No tengas miedo, no van a morderte.
Luca tragó saliva con aprensión. Su rostro era más elocuente que cualquier palabra. Se hallaba tan cerca del lienzo que perdió la idea de conjunto y lo invadió una desagradable sensación de vértigo. A aquella distancia no había una sola pincelada que pudiera servirle de guía para entender toda la escena, sin embargo, a medida que se iba aproximando, aquellas figuras parecían cobrar movimiento y entonces, de repente, lo comprendió.
_¡Por los clavos de Cristo! Si están vivos. (Págs. 133-135)

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    ¡¡¡Vaya!!! ¡¡¡Menudo pasaje!!! Otro motivo más para apuntarme este libro en mi lista de pendientes. Gracias.
    Besos.AlmaLeonor

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  2. Hola Alma¡! :)
    Ya te comenté en el foro que la novela entretiene, además enseña algo de historia. Por otro lado está más pulcramente escrita de lo que suele ser habitual en este tipo de obras y, por otra parte, aporta una serie de observaciones sobre la condición humana que sorprenden gratamente al lector.

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