lunes, 1 de septiembre de 2008

Pío Baroja - Laura o La Soledad Sin Remedio

-Discurrimos con fórmulas humanas y limitadas -decía el doctor-, y nos encontramos que cuando creemos que estamos sosteniendo una afirmación, estamos al borde de la negación. El otro día discutía con un colega acerca de las reformas que se podían hacer en beneficio del pueblo, y el compañero me decía: '' Hay que desear que haya pesimistas, porque éstos ven el mal y quieren corregirlo.'' Yo le contesté un poco en broma: ''No; hay que desear que haya optimistas, porque ésos creen que el hombre puede mejorar y ven la obra posible.'' Luego, pensé que nuestra discusión era una chiquillada.

- No veo por qué -dijo Irene.

- Porque parece que estamos de acuerdo cuando decimos: un árbol, una planta, una flor, el mundo, pero no lo estamos; hay hombres para quien uno de estos conceptos es algo mágico y vago, para otro es una palabra, es decir, un sonido, para otro una imagen, para un último es una defición escolar. No hay unanimidad en nuestras ideas, así que cuando queremos hacer con ellas operaciones lógicas y matemáticas, saltan discrepancias. En el fondo no hay verdad, ¿qué es la verdad?, ¿dónde está la verdad? No está en ninguna parte. Hemos sumado manzanas con botones y castañas con monedas y hemos obtenido un producto. ¿Pero qué es ese producto? Pues no lo sabemos.

- Pero con un escepticismo así no queda nada -le decía Irene.

- ¿Y es que queda algo? No queda nada, por lo menos racional. Lo más racional era, creo yo, el naturalismo optimista del siglo XIX, que culminó en literatura con Anatole France, que podía llamarse la madurez del lugar común. Imitemos a la naturaleza, se comenzó a decir desde el siglo XVIII. ¿Pero a cuál naturaleza? Porque tan naturaleza es la vaca bonachona para el hombre como la víbora o el escorpión. Son igualmente naturales. Es evidente.

- Entonces, ¿qué glorificaremos? -preguntó Irene.

- Yo no lo sé. No nos queda más que lo arbitrario. Y ahora estamos tocando las consecuencias. Se descompone el lugar común con más rapidez que nunca. El lenguaje no expresa más que relaciones entre unas imágenes con otras, pero la esencia de las cosas no las expresa ni las puede expresar. Así toda palabra tiene su antagonista a su antónima; pero esto no quiere decir que este antagonismo sea una contradicción verdadera, igual y paralela en la realidad. En la filosofía, en la matemática, que no son ciencias naturales, sino artificios de la inteligencia, las ideas son contrarias; más, en lo contrario de menos, y grande de pequeño, y aumentar de disminuir, pero cuando interviene la vida ya no hay estos antagonismos aunque lo pretenda la retórica. El santo no es absolutamente contrario al vicioso, ni la mujer perdida a la mujer honrada, ni el loco del cuerdo, ni el cobarde del valiente, porque hay entre estos extremos muchos puntos de contacto.

Irene creía que contra toda esta anarquía ideológica reaccionaba el hombre superior dando nuevos valores a los conceptos.

- ¿Dónde está el hombre superior? -preguntaba el doctor Maas-. ¿Usted ha encontrado el grande hombre?

- Yo supongo que hoy no creemos en los grandes hombres -decía Golowin-, quizá por eso ya no los hay o por lo menos no los vemos. Yo supongo también que un grande hombre es un fenómeno de síntesis popular; si no se produce ese fenómeno de síntesis no hay grande hombre.

- Me parece que tiene usted razón.

Irene no quería creer que la época actual fuera peor que las demás.

- Es de menos ilusiones, de menos esperanzas -contestaba el médico-. Eran quizá mentira las antiguas, pero mentiras confortadoras.
(págs. 311-313)

2 comentarios:

  1. Gracias por este segmento de "Laura o la soledad sin remedio", escrito por Baroja durante su exilio en Paris.

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  2. Hola Fernando,
    Me alegra q lo hayas disfrutado. Hay autores a los que merece la pena volver siempre,verdad¿?

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