Por la tarde, mientras comía bajo el olivo, Gnazio Manisco pensó que tenía cuarenta y siete años y que al fin ya podía casarse.
Decidió hablar de ello con la señora Pina, en cuanto la viera pasar por el camino.
La señora Pina, setentona, amarilla como la muerte, enjuta, llevaba siempre el mismo vestido que antaño había sido negro y ahora tiraba a verdoso, un chal grande que le llegaba de los pies a la cabeza, cubriéndole el pelo blnaco, y un pañuelito de color cagada de perro enfermo. A la espalda, llevaba siempre un saco lleno de hierbas. Salía a pie de Gallotta, que estaba en la cima de una montaña, por la mañana, cuando el sol aún no había despuntado, y se encaminaba hacia Vigàta, donde iba a atender a parroquianos viejos y nuevos porque la señora Pina conocía las hierbas necesarias para cualquier trastorno que hombre o mujer pudiera padecer.
¿Dolor de cabeza? ¿Mal de ojo? ¿Dolor de barriga? ¿Dolor de pecho? ¿Problemas de vista? ¿Falta de apetito? ¿Falta de fuerza en el rabo del hombre? ¿Abundancia de sangre femenina en la fase de luna? ¿Hijos que no venían? ¿Constipados que no pasaban? ¿Estreñimiento? ¿Catarro? ¿Amores contrariados? ¿Traición por parte del hombre o la mujer? ¿Disputas familiares? ¿Jovencitas preñadas que no querían el hijo? ¿Dolor de muelas? ¿Mareos?
Esto y otras cosas curaban las hierbas de la señora Pina, Pero la vieja, si era necesario, practicaba otro oficio. De tanto caminar por pueblos y pueblos, campos y campos, conocía la vida, la muerte y los milagros de todos y, por tanto, en el tiempo libre y por demanda, hacía también de alcahueta, combinaba matrimonios.
Una tarde en que la señora Pina se había detenido ante la casita para pedir un poco de agua, antes de comenzar la subida hacia Gallotta, Gnazio le dirigió la palabra.
- ¿Qué se cuenta, señora Pina?
La vieja lo miró, extrañada, ya que nunca antes Gnazio le había hablado; le daba el agua y basta.
- ¿Qué voy a contar? Nada
Pero dado que había entendido que el hombre le quería preguntar algo, se quedó quieta a medio vaso. Gnazio decidió hacerse de rogar.
- Señora Pina, ¿cuánto hace que pasa por este camino?
- Desde hace más de sesenta años. Pasé por primera vez con mi madre, cuando no tenía ni diez años.
- ¿Por tanto conoció a Cicco Alletto?
- Claro que lo conocí, desdichado.
- ¿Sabía que acabó loco?
- No. Dijeron que oyó un lamento.
- Pero un lamento no basta para que alguien pierda el juicio.
- Sí. Pero hay que ver el lugar donde uno oye el lamento. Oírlo aquí es distinto de oírlo en la comarca de Noce o en la comarca de Cannatello.
- ¿Por qué?
- Porque la comarca de Ninfa es distinta, no es ni tierra ni mar.
Gnazio se puso a reír.
- ¿Cómo que no es ni tierra ni mar? ¿No ve estos árboles?
- Claro. Pero ¿qué quiere decir?
- Quiero decir que nunca nadie ha visto crecer árboles en medio del mar.
- Gnazio, ¿sabía que debajo de su tierra está el mar? Los pescadores y los marineros dicen que la comarca de Ninfa flota sobre el mar y que debajo del suelo hay agua.
Gnazio palideció.
- ¿De verdad?
- Eso dicen. Por eso este lugar, no pertenece ni a la tierra ni al mar, es el lugar donde pueden ocurrir tanto cosas que ocurren en la tierra como las que ocurren en el mar. Quizá el pobre Cicco Alletto, despertado por el lamento, cuando abrió los ojos se encontró a su alrededor una decena de delfines dentro del pajar.
- ¿Bromea? -preguntó Gnazio, sudando ante el pensamiento de que su tierra flotaba.
- Sí y no -dijo la señora Pina, mientras le tendía el vaso.
Dos tardes después, cuando la señora Pina se había detenido para tomar el vaso de agua habitual, Gnazio se decidió a decirle que quería una mujer.
- ¿Cuántos años tiene? -preguntó la vieja.
- Cuarenta y siete.
- ¿Y cómo le funciona?
Gnazio no entendió.
- ¿Qué me tiene que funcionar?
- La verga.
Gnazio lo entendió y se ruborizó.
- ¡Bah! -exclamó.
- ¿Cuánto hace que no la usa?
Gnazio hizo el cálculo.
- Digamos, seis años.
- ¿Se casa para tener hijos?
- ¡Claro!
- Entonces, veamos la mercancía.
Gnazio lo entendió y se bajó los pantalones.
- A simple vista, parece que todo está en su sitio -dijo la mujer y adelantó el brazo.
A pesar de que la piel de la mano de la vieja parecía hecha de corteza de árbol, Gnazio, al sentir el toque ajeno, se estremeció.
Bien, bien -dijo la vieja, riendo-. Le encontraré una mujer. Joven y guapa.
- ¿Joven?
- Por fuerza, si quiere tener hijos.
- ¿Pero una joven guapa me querrá? Soy viejo y cojo.
- No se nota que cojea, es poca cosa. Pero tiene dieciocho hectáreas de tierra y una verga que ni un joven de veinte años. Le encontraré enseguida un buena mujer, no lo dude.
Entonces Gnazio empezó a prepararse para el casamiento. (págs. 28-32)
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