martes, 10 de junio de 2008

En el tanatorio se supo

Nunca quiso decir la edad que tenía, en el tanatorio se supo: se fue de este mundo con 92 años. En mi casa siempre la conocimos como la sra. R. y este pasado viernes, tras una larga enfermedad y repetidas estancias en la clínica, nos abandonó.

Vamos acercándonos a la iglesia a modo de paseo, imposible hacerlo en coche, allí no hay quien aparque. En el camino mi madre se queja de la rodilla pero, mientras va cojeando, reconoce que hace unos años hicieron con la rótula un apaño muy bueno, que en el fondo mucho le está durando. Llegamos a la parroquia con cierta antelación, aún así, como suele ser normal en estos casos, los familiares más directos ya estan esperando la hora de inicio del funeral. Las ocho y media. Damos besos y estrechamos manos al tiempo que las acompañamos de las ya acostumbradas palabras de pésame.

- Ya os dejó la tía.
- Sí, ya ha dejado de sufrir.

Hay poquita gente afuera.

Como mi madre sigue quejándose de la rodilla decidimos entrar en la iglesia a pesar de que se esta oficiando otra misa de funeral. Siempre se dijo de la primavera que era la estación que daba a la par más vida y más defunción. El recinto está abarrotado, aún van por la comunión. Participamos del oficio que queda y al terminar, aprovechamos para adelantar unos bancos para estar más cerca de los familiares a quienes queremos acompañar.

En la espera entre oficio y oficio, veo que dos ancianos al lado del Sagrario, miran el suelo. Uno de ellos con gran esfuerzo se acacha. Aprovecho, me levanto y les pregunto si les puedo ayudar en algo. Me dice que la llave del Sagrario se les ha caido bajo el entarimado y no la encuentran. Me arrodillo mientras meto la mano por una estrecha rendija, tanteo. Bajo la tarima toco alguna porquería, pero el frío tacto de metal no lo encuentro. Me disculpo y digo que no la encuentro, me explican que tienen otra de repuesto, que mañana, con tiempo, correran el entarimado y la cojeran. Vuelvo a mi asiento. En el banco mi madre, sola, mira atenta.

Mientras tanto el cura acaba por convidar a los familiares del primer funeral a abandonar la iglesia. Llevamos de retraso un cuarto de hora. Miró atrás y veo que la iglesia está casi vacía. Y pienso en ella. La sra. R. una vecina venida de Barcelona hará unos sesenta, setenta años, sin descendencia. No, no hay apenas gente en la iglesia. Muchos años de voluntaria reclusión en su casa, sin pisar la calle apenas. En la iglesia solo estamos un ramillete de antiguos vecinos y media docena de familiares. Qué pocos somos.

El funeral se oficia rápido y pronto damos el pésame. Nos vamos retirando. Ya camino de la calle, pero aún en el templo, interpelan a mi madre. Gente que recuerdo de mi niñez y que aún puedo reconocer apesar del paso del tiempo. Son vecinos de antaño, que como nosotras, han querido acompañar en el duelo. Reencuentros efímeros, rescate de viejas memorias, incluso de secretos anhelos. Siempre, sin duda, es lo mejor de este evento. Ya en la calle encontramos a más antiguos vecinos. Se estrechan más manos, se dan más besos. Se sonríe ante lo extraordinario del momento. Después de tanto tiempo. Se presentan hijos, se cuentan paraderos y cuando la conversación se agota, se recurre a la manida frase de:

- A ver si nos vemos pronto...
- Sí, pero que no sea en un entierro.

Volvemos a casa, acompañadas de otra vecina y en el trayecto hablamos de presentes, de hijos, de nietos. De la huelga que hoy empieza, de horarios y despensas. Ya la sra. R. sólo forma parte de nuestros recuerdos.
Descanse en Paz.

2 comentarios:

  1. Precisamente esta mañana hablaba con alguien sobre velatorios y entierros. De cómo estos rituales funerarios han ido perdiendo importancia en nuestra sociedad, porque vamos relegando la muerte a un rincón donde no tengamos que pensar en ella. Pero de esta manera también perdemos la oportunidad de despedirnos de nuestros muertos, y así poder empezar a asimilar este acontecimiento. Actualmente, la muerte es una desaparición repentina y definitiva de la persona fallecida, de ahí el terror que nos provoca. Mientras que la muerte no es más que la otra cara de la vida, angustiosa pero inevitable.

    El tiempo lluvioso suscita pensamientos sombríos, ¡a ver si sale el sol y volvemos a la frivolidad! :)

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  2. La muerte: el carpetazo a la vida.
    Afortunada cuando llega a la edad que toca, con una vida ya vivida, aún así, ¡tan absoluta!

    Siempre que me tengo que enfrentar a ella, aunque sea colateralmente, me afecta sobremanera, aunque, como en este caso, 92 años, llegue cuando ya se la espera, incluso se agradezca.

    Cuando voy a un funeral y veo una iglesia vacía me alegra que el muerto no la vea. En cierto modo es como ver el legado que la persona que se ha ido deja en esta tierra: su memoria. Creo que asistir a un funeral supone, además de rendir un último homenaje, arropar a los familiares, darles, en cierto modo, entereza.

    En un funeral me duele hasta una iglesia vacía.

    P:S.: Esta mañana tenemos día de primevera. Un beso. :)

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