miércoles, 7 de mayo de 2008

Mes de Mayo - Mes de María

Yo, desde luego, me consideraba muy afortunada de ir al colegio que iba. Un colegio femenino, religioso, sin muchas pretensiones, con un bonito jardín, unos cuantos patios de recreo y una fabulosa pista de ¡minibasket! (entonces era un auténtico privilegio).

Recuerdo con gran cariño que había una acequia, para regar un huerto anexo, que tuvieron que terminar tapando porque en cuanto llegaba el calor de la primavera, las niñas "más traviesas" se salpicaban y mojaban, con la consiguiente regañina de las Hermanas. No jugaba mucho, y si lo hacía evitaba que me pillaran, porque si no avisaban a nuestros padres... Fueron buenos años.

También se daban clases de piano, a mi no me las podían pagar, y no era raro encontrarme medio embobada en aquel jardín, que entonces me parecía grande, escuchando las dulces notas que llegaban amortiguadas tras las persianas cerradas, .


De aquella época florece, cada mes de mayo, el recuerdo del "Mes de María". Y es que en el discurrir de los años, los dolores de rodillas por estar reclinada en la capilla durante mucho tiempo, han pasado a un segundo plano, y queda impresa en la retina de la memoria, las flores, el aroma y las clases que nos saltábamos por tener que ir a la capilla a adorar a la Virgen (ya no recuerdo si una vez a la semana o si era cada día).

Bajábamos todos los cursos del cole, y ofrecíamos, en pequeña procesión, las flores.

Aquellas afortunadas, cuyas madres nos habían preparado un ramo, esperábamos arremolinadas y burbujeantes en la antesala de la Capilla el momento en que íbamos a ofrendarlo, para luego entrar en ella en ordenada procesión.

Cuando ya todas las demás estaban colocadas en sus correspondientes bancos. Al sonido del "Venid y vamos todos con flores a María..." nos acercábamos a la Virgen, y depositábamos nuestras flores con "fervorosa humildad" a los pies del altar.

Algunas llevaban ramos hechos con flores de sus jardínes, otras (cómo yo) llevábamos sencillos ramos compuestos por mucha Nebulosa, rosa a poder ser, y unos pocos Claveles blancos, que nuestras madres nos habían comprado (con el consiguiente sacrificio económico) en el mercado en la mañana del sábado. Eran tiempos de estrecheces. Las más desahogadas llevaban ramos más eleborados y costosos y de ¡floristería! Qué feliz y afortunada me sentía por tener un ramo que ofrecer y desfilar ante las demas, presumiendo de ramo y encima ¡comprado!

Y es que en aquella infancia había, entre otras muchas cosas, una gran ingenuidad.

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