Éstas que aqui destaco son algunas de las pompas que conforman la espuma de mi bitácora. Es posible que algunas coincidan con las tuyas. Déjate salpicar y enjabonemos el agua de la vida.
sábado, 28 de julio de 2007
La piel del cordero
sábado, 21 de julio de 2007
Alejandra Pizarnik
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martes, 17 de julio de 2007
Vázquez-Montalbán
domingo, 15 de julio de 2007
Naranjo en Flor - Polaco Goyeneche
Era mas blanda que el agua
que el agua blanda
era mas fresca que el río
naranjo en flor
y en esa calle de hastío
calle perdida
hecho un pedazo de vida
y se marcho.
Primero hay que saber sufrir
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamientos
perfume de naranjo en flor
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento.
Después, que importa del después
toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz.
Qué le habrán hecho mis manos
qué le habrán hecho
para dejarme en el pecho
tanto dolor
dolor de vieja arboleda
canción de esquina
con un pedazo de vida
naranjo en flor.
Primero hay que saber sufrir
después amar después partir
y al fin andar sin pensamiento
perfume de naranjo en flor
promesas vanas de un amor
que se escaparon en el viento.
Después, qué importa del después
toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pajaro sin luz.
(Virgilio y Homero Expósito)
domingo, 8 de julio de 2007
La Voz del Violín
sábado, 7 de julio de 2007
El Visitante Nocturno
domingo, 1 de julio de 2007
El Paño de Cocina
Llega el momento de abrir regalos. Mi madre me ofrece la bolsa, dentro está el paquete. Meto la mano con ilusión y tropiezo con algo inesperado:¡otro paquete! Se lo comento: eso si que no me lo esperaba. Ella replica: no es mío, es de una chica llamada Mari Cruz. ¿Mari Cruz?, interrogo. Si mujer, fue compañera tuya en el colegio. Me esfuerzo, intento hacer memoria.¿Mari Cruz...? No, no lo consigo. Aclara, cuando le pedí que me envolviera el regalo me preguntó si quería poner el nombre, se lo dije:P. Abrió los ojos y dijo ¿P.C? ¡Oh! ¡La conozco! ¡Fuimos compañeras de pequeñas! Sigo preguntándome ¿Mari Cruz? Sigue la explicación, me cuenta que eráis tres, siempre ibáis juntas; estuvo en casa: me la describió. ¿Cómo puede ser?Sólo cumplo 47 ¿Dónde estan mis recuerdos?¿Por qué no he conseguido una llave de oro y los he atesorado cómo lo que son?Me digo: Mari Cruz...Hay por ahí una foto amarillenta, de orillas dentadas, pequeña. Un corro de niñas sentadas en la arena, una en el medio, cantando, con un ojo guiñado y los brazos separados del cuerpo extendidos hacia el suelo, las palmas abiertas: soy yo, cantando. Mari Cruz seguro está en ese corro. O tal vez aquel día no vino a la excursión... ¿Qué cara tenia?¿Quién es ahora Mari Cruz? ¿Qué le impulsó a hacerme un regalo cuarenta años después? Seas quien seas, gracias. Qué buen recuerdo atesoras de mí cuando yo en la distancia ni siquiera recuerdo quién fuiste.
La Hermana - Sándor Márai
Yo llamaba "cita química" a aquel cuarto de hora que tenía un significado secreto-sólo conocido por los dos médicos, la enfermera y yo-, y es que realmente semejaba un especie de cita. Esperaba la hora nocturna como un enamorado espera el momento de encuentro. La simple expectativa de aquel instante aliviaba el dolor y el tedio de las horas previas. Durante el día, cuando tenía más poder que yo, el dolor se me echaba encima con una pasión visceral, como una amante despechada y cruel, amargándome la existencia con refinados tormentos. Me quemaba los dedos, al igual que hacen los verdugos que torturan al preso clavándole agujas candentes bajo las uñas. Pero incluso en los momentos de mayor saña, siempre avizoraba la lejana esperanza de un poder terrenal capaz de esposar durante unas horas al despiadado verdugo. Vivía esperando la noche, y la luz del día se apagaba lentamente en aquella maravillosa espera.
La cita química se iniciaba hacia medianoche. Yo esperaba el momento, alargaba y extendía su llegada, urdía estrategias utilizando a mi favor el tiempo y el dolor. Hacia medianoche, cuando los cientos de desdichados que habitaban aquel enorme edificio se habían sumido en una apatía fatigada y un sueño agitado, yo extendía la mano tanteando y pulsaba el timbre. Seguían entonces unos minutos de expectación. El corazón se me desbocaba, igual que el del enamorado que, agazapado en la oscuridad, aguarda la llegada de su amante secreta. En la habitación sólo permanecía encendida una lámpara de luz azulada. Y la cama, que unos minutos antes había sido un infierno lleno de ascuas de dolor, se transformaba en un tálamo, el escenario de la aventura que se avecinaba...Todo ello tenía algo de excitante que encendía el cuerpo y el alma, pero también algo de indecente e inmoral. Y, en efecto, al cabo de un rato se oía por el pasillo el sonido apagado de pasos recatados, pasos de mujer que se dirigían hacia mi habitación, pasos sigilosos y complices, propios de las mujeres que a altas horas de la noche, se precipitan al lecho de un hombre para llevarle la felicidad, olvido, reconcialiación, consuelo o amor... Y en esos instantes me daba igual en qué forma esos pasos me trajeran la felicidad: como amante que acude a una cita clandestina o como sustancia química. Sin duda aquello tenía todos los ingredientes de una cita: la hora nocturna, la soledad expectante, la cama, el deseo, la penumbra, todos los sufrimientos de la existencia que se diluirían en el tierno abrazo de unos brazos inmateriales. La puerta se abría, casi sin ruido, cómo sólo saben abrirla las mujeres que llegan a horas intempestivas, para dar paso a una de aquellas figuras blancas y negras, sonriente, empuñando una pequeña jeringuilla y hablando en susurros...Era el instante culminante. Era la cita química. ¿Qué significaba para mi todo eso?...La satisfacción de que la ciencia y la solicitud humana eran capaces de imponerse-aunque sólo fuera por unas horas- a los tormentos bestiales de la naturaleza. El presentimiento de que sucedería algo dulce e infinitamente placentero para el cuerpo torturado, que tras el padecimiento llegaría una especie de felicidad, y que no había que temerle aunque estuviera su precio. La seguridad de que una fuerza superior al dolor me sacaría con manos tiernas y seguras de los abismos infernales para colocarme en otra dimensión de la existencia, donde me recibiría una suave música, una paz celestial y una armonía perfectamente estructurada. Era una cita de esperanza y emoción, de felicidad y remordimiento, de todo lo que excita el corazón humano desde el principio de su existencia. Hablábamos en voz baja, la visitante nocturna y yo, que la recibía embargado por la expectación. Ella me ponía la inyección y luego, con voz apagada, casi un suspiro, me deseaba las buenas noches, salía sin hacer ruido y apagaba la luz.