Una espesa niebla acompaña el camino. La noche cerrada se acentúa con el pálido polvo invisible que ahoga. Voy ligera, el tiempo apremia. Apenas cuatro palabras cruzadas. "Házme una perdida cuando aterrices y me llamas cuando te hayas bajado del tren."
Hay movimiento en el aeropuerto. Un extrajero desorientado me pregunta como llegar al área de salidas. Desde el edificio del párking no es fácil; hay que subir hasta la cuarta planta, pasar al edificio de la términal y una vez allí bajar a la planta dos. Veo que no lleva ningún equipaje, tan sólo un sobre mediano en la mano. Nos sigue.
Con la mirada buscamos a T. Para ser una hora tan temprana hay bastante movimiento. Grandes grupos escolares trasladan por un día las aulas al mundo exterior y se enroscan entorno a los profesores impacientes por iniciar el viaje. T. ya está en el mostrador correspondiente. No hay cola y el trámite se solventa rápidamente. Es hora de despedirse, de desearles buen vuelo. Ellos impacientes por decirme adiós. yo pensando ya en su regreso. Me vuelvo a cruzar con el extranjero: llegó a buen puerto. Le sonrío.
Aún es de noche cuando llego a casa, me adormilo y a la hora suena la llamada perdida. Impaciente la llamo. "¿Todo bien?"." Sí, ya estamos en el tren". Cuelgo.
No la podré abrazar... pero sólo por unos días.
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