sábado, 9 de febrero de 2008

La Alfombra de mi Casa es Particular

te da la bienvenida cuando quieres entrar.

Como todo, tiene una historia tras de sí.

Buscaba un azucarero para un regalo y me sometí al consejo de mis acompañantes. "Vamos a ver, quiero un azucarero bueno, bonito y barato". La respuesta unánime, pues floreció en su mente la palabra "barrrato" por encima de las otras dos con luz propia, fue: ¡los Chinos!

Y allí fuimos, a la tienda de chinos en busca del azucarero; eso sí, nos dirigimos a la grande. Había tres tiendas de chinos en un pañuelo. Empezamos a deambular por el local, y como una tropa bien adiestrada, nos separamos por las diferentes calles para que no se nos pasaran los azucareros por alto.

En la segunda mitad de la tienda, ya he dicho que era "la grande", nos reagrupamos instintivamente. Llegabamos a la zona de loza y cristal. Decepcionada ví que los azucareros o eran demasiado prácticos o eran horteras. No era lo que yo buscaba.

Aún así, seguimos curioseando por el resto de la tienda: para una vez que tenía a las abuelas, "conmigo misma" de compras, quise aprovecharme de su compañía.

¡Ah, amigo mío! Entonces vimos las alfombras y recordé que una de mi casa necesitaba recambio. Para qué nos vamos a engañar: me enamoré de la alfombra. ¿Por qué? Porque era la única que había con las casetas de bañistas.

Y es que en el fondo, dentro de un cierto orden, nos gusta lo que se distingue, lo diferente, lo que en cierto modo dice "esta soy yo, me gusta el mar, el verano, el calor, los colores". Y eso, con una alfombra cualquiera no se consigue.

"Mi alfombra de los chinos

es particular,

te da la bienvenida

cuando quieres entrar."


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