Éstas que aqui destaco son algunas de las pompas que conforman la espuma de mi bitácora. Es posible que algunas coincidan con las tuyas. Déjate salpicar y enjabonemos el agua de la vida.
lunes, 31 de agosto de 2009
Wilkie Collins - Piedra Lunar
-¿Puedo pedirle que me preste atención, señor? -preguntó, dirigiéndose a mí.
-Estoy a su entera disposición -le respondí.
Betteredge cogió entonces su silla y se sentó junto a la mesa. A continuación, sacó su enorme y antigua libreta de cuero y un lápiz semejantes dimensiones. Después de colocarse las lentes, abrió su libreta por una página en blanco y se dirigió una vez más a mí.
-He vivido -me dijo Betteredge mirándome severamente- cerca de cincuenta años al servicio del viejo lord, su padre. Actualmente puedo tener entre los setenta y los ochenta años de edad... no importa exactamente cuántos. Se me reconoce tanta experiencia y conocimiento de la vida como a muchos otros hombres. ¿Y en qué termina todo esto? Termina, señor Ezra Jennings, en un truco de ilusionistas a cargo del señor Franklin Blake y el ayudante de un médico, junto a una botella de láudano y ... ¡ea!, a mi edad, se me concede un cargo importante: ¡el muchacho que tiene que ayudar al mago!
El señor Blake estalló en una carcajada. Yo intenté hablar. Betteredge levantó su mano para indicarnos que no había concluido.
-¡Ni una sola palabra, señor Jennings! -me dijo-. No quiero que me diga usted ni una palabra. Gracias a Dios, aún tengo principios. Si usted ordenase hacer algo que podría haberlo imaginado perfectamente un inquilino del Bedlam,* lo acataría... siempre que la orden partiera de mi señor o mi señora, dependiendo de las circunstancias, y no me importaría mucho. Yo tengo mi propia opinión, la cual, en este caso, coincide con el señor Bruff... ¡del gran señor Bruff! Les ruego recuerden ese detalle -dijo Betteredge elevando la voz y sacudiendo su cabeza ante mí, de manera solemne-. Pero no importa: aparto mi opinión, a pesar de todo. Mi joven señora me dice, por ejemplo, "Haga esto". Y yo le respondo: "Señorita, se hará como usted mande". Aquí estoy, con mi libro y mi lápiz... el lápiz no está tan afilado como yo desearía, pero cuando los cristianos pierden los principios, ¿quién podría esperar que los lápices conservasen las puntas? Ordene usted, señor Jennings. Escribiré sus órdenes en el papel, señor. Pero no estoy dispuesto a responsabilizarme de ellas en absoluto. No soy más que un agente ciego... ¡Un agente ciego! -replicó Betteredge, sintiendo un infinito alivio ante el retrato que acababa de hacer de sí mismo.
-Lamento mucho que no estemos de acuerdo... -comencé a decir.
-¡No me venga con ésas! -interrumpió Betteredge-. No es una cuestión de acuerdos, sino de obediencia. Promulgue usted sus instrucciones, señor... ¡Promulgue usted sus instrucciones!
El señor Blake me hizo una señal para que aprovechara la oportunidad que se me ofrecía. Entonces, yo "promulgué mis instrucciones" tan simple y seriamente como pude.
-Deseo que se reabran ciertas dependencias de la casa -le dije-, y que se amueblen exactamente como estaban amuebladas el año pasado.
Betteredge le dio un preliminar lamido a la imperfecta punta de su lápiz.
-¡Nombre las dependencias, señor Jennings! -dijo altivamente.
-En primer lugar, el vestíbulo interior que conduce a la escalera principal.
-"En primer lugar, el vestíbulo interior" -escribió Betteredge-. Imposible amueblarlo como el año anterior, señor... para comenzar.
-¿Por qué?
-Porque había allí un búho disecado, señor Jennings. Cuando la familia abandonó la casa el año pasado, el búho fue colocado con las demás cosas. y al colocarse con las demás cosas, el búho... reventó.
-Prescindiremos del búho, entonces.
Betteredge tomó nota de la excepción:
-"El vestíbulo interior deberá ser amueblado como el año anterior. Sólo debe excluirse el búho que reventó". Tenga la bondad de continuar, señor Jennings.
-La alfombra deberá colocarse en la escalera tal y como se encontraba entonces.
-"La alfombra deberá colocarse en la escalera tal y como se encontraba entonces". Lamento tener que disgustarle, señor. Pero esto tampoco podrá ser.
-¿Por qué no?
-Porque el hombre que la colocó ha muerto, señor Jennings, y, por más que lo busque, no hay en toda Inglaterra una persona que encaje tan bien los rincones y las esquinas de las alfombras.
-Muy bien. Tendremos que encontrar al mejor que haya en Inglaterra, después de él.
Betteredge volvió a tomar nota y yo continué con mis instrucciones.
-La pequeña sala de la señorita Verinder deberá recolocarse hasta que tenga exactamente el mismo aspecto que tenía el año pasado. También debe hacerse lo mismo en el pasillo que va desde el gabinete hasta el primer rellano, y el segundo pasillo, que va desde el segundo rellano hasta las habitaciones principales. Y otro tanto debe hacerse en el dormitorio que ocupó el señor Franklin Blake durante el mes de junio del año pasado.
El lápiz romo de Betteredge me seguía concienzudamente, palabra por palabra.
-Continúe, señor -me dijo con sardónica gravedad-. Mi lápiz aún puede escribir mucho...
Yo le dije que ya no tenía más instrucciones que darle.
-Señor -me dijo Betteredge-; en ese caso, yo tengo que hacer notar uno o dos detalles.
Abrió su libreta por una nueva página y le aplicó a su inagotable lápiz un nuevo lamido preliminar.
-Quisiera saber -comenzó a decir- si puedo o no lavarme las manos...
-¡Por supuesto que sí! -dijo el señor Blake-. Llamaré al camarero...
-... respecto a ciertas responsabilidades -continuó Betteredge, imperturbablemente dispuesto a no ver en el cuarto a nadie más que a sí mismo y a mí-. Para comenzar, me referiré al gabinete de la señorita Verinder. El año pasado, cuando levantamos la alfombra, señor Jennings, descubrimos allí una sorprendente cantidad de alfileres. ¿Debo hacerme responsable de la operación de volver a colocar los alfileres en su mismo lugar?
-No, desde luego.
Betteredge tomó nota inmediatamente de aquella concesión.
-En cuanto al primer pasillo -añadió-, cuando quitamos los ornamentos de esa parte, sacamos de allí la estatua de un niño desnudo y rollizo... a quien se designaba en el catálogo de la casa con el nombre profano de "Cupido, dios del Amor". El año anterior tenía dos alas en la parte posterior de sus hombros. Pero lo perdí de vista un instante y él perdió una de las alas. ¿Debo hacerme responsable del ala de Cupido?
Yo le hice una nueva concesión y Betteredge volvió a tomar nota.
-En lo que concierne al segundo pasillo -continuó-, como no había nada el año pasado, salvo las puertas de las habitaciones (respecto a las cuales prestaré juramento, si se me exige), estoy muy tranquilo, lo admito. Pero en lo que se refiere a la habitación del señor Franklin (si debe colarse tal y como estaba antes), quiero saber quién deberá responsabilizarse de mantenerla en constante estado de desorden, por más que se arregle constantemente: los pantalones por aquí, las toallas por allí y sus novelas francesas por todas partes... Insisto: ¿quién es responsable de no desordenar el desorden del señor Franklin: él o yo?
El señor Blake declaró que él asumiría con el mayor placer dicha responsabilidad. Betteredge se empeñó en no asumir ninguna solución que se planteara para sus dificultades, a no ser que contara con mi sanción y aprobación. Yo aprobé la proposición del señor Blake y Betteredge registró esta última anotación en su libreta.
-Puede usted visitar la casa cuando lo desee, señor Jennings, a partir de mañana -me dijo, poniéndose de pie-. Me encontrará usted trabajando con las personas que sean necesarias para ayudarme en mi labor. Con el mayor respeto, señor, le ruego que me permita haber pasado por alto el asunto del búho disecado y el del ala de Cupido... y también por haberme permitido lavarme las manos respecto de ciertas responsabilidades, como los alfileres de la alfombra y el desorden del cuarto del señor Franklin. En mi condición de criado, reconozco que le debo a usted estos favores. En mi condición de hombre, considero que tiene usted la cabeza agusanada, y quiero dejar constancia de mi oposición a su experimento, que considero una locura y una trampa. ¡No tema usted, sin embargo, que mis sentimientos de hombre se impongan sobre los deberes del criado! Será usted obedecido, señor... a pesar de los gusanos que tiene usted en la cabeza, será usted obedecido. Y si todo esto concluye con el incendio de la casa, no seré yo quien vaya a buscar a los malditos bomberos, ¡a menos que usted me haga llamar haciendo sonar la campanilla y me lo ordene expresamente!
Con esta afirmación de despedida, me hizo una reverencia y abandonó la habitación.
-¿Cree usted que podemos confiar en él? -le pregunté al señor Blake.
-Por supuesto -me respondió-. Cuando vayamos a la casa, verá usted que no se ha descuidado nada ni se ha olvidado nada. (Págs. 562-567)
Pablo Neruda - Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Es la mañana llena de tempestad
en el corazón del verano.
Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
el viento las sacude con sus viajeras manos.
Innumerable corazón del viento
latiendo sobre nuestro silencio enamorado.
Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,
como una lengua llena de guerras y de cantos.
Viento que lleva en rápido robo la hojarasca
y desvía las flechas latientes de los pájaros.
Viento que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos inclinado.
Se rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del verano.
sábado, 29 de agosto de 2009
viernes, 28 de agosto de 2009
Encuentros en la arena
La Soledad de los Números Primos - Paolo Giordano
El fuerte contraste que hacía el cabello claro de A., que rodeaba su cara de tez muy pálida, y el pelo moreno de M., que le caía revuelto por la frente y le cubría los ojos negros, desaparecía por obra de aquella corriente sutil que los unía. Entre ellos había un espacio compartido de confines imprecisos en el que nada parecía faltar, en el que flotaba un aire puro y sereno.
A. iba un paso por delante y tiraba débilmente de M., lo que equilibraba su paso y corregía las imperfecciones de su pierna lisiada. Él se dejaba llevar; sus pies no resonaban en el suelo, sus cicatrices quedaban ocultas y seguras dentro de la mano de ella.
Se detuvieron en el umbral de la cocina, a cierta distancia del grupo que formaban las chicas y D.; daban la impresión de no saber dónde estaban, tenían un aire ausente, como si llegaran de un lugar lejano que sólo ellos conocieran. (Pág. 93)
Home / Sandrine Piau - Cum dederit - Vivaldi
Nisi Dominus in G Minor, RV 608: IV. Cum Dederit, Vivaldi
domingo, 16 de agosto de 2009
sábado, 15 de agosto de 2009
Los Caracoles no Saben que son Caracoles - Nuria Roca
Miguel es un experto en comida japonesa, sabe el nombre de los platos y de algunos conoce hasta la traducción al castellano. Sobre ese tema va la primera parte de nuestra conversación durante la cena. Miguel está loco por mí y yo lo voy a aprovechar. Cada mañana tomando nuestro café con máquina, Miguel ha intentado seducirme y conquistarme. No se ha puesto demasiado pesado, ha bromeado con soltura cada vez que le he dicho que no íbamos a quedar y todas las mañanas me ha dicho que cada día estaba más guapa. Hace un par de semanas le dije que no me terminaba de gustar que los hombres llevaran joayas y al dçia siguiente ya no llevaba puesto el cordón de oro que siempre colgaba de su cuello. Me parece que son motivos suficientes como para aceptar por lo menos una invitación a cenar. (Págs. 109-110)
domingo, 9 de agosto de 2009
El Frío Modifica la Trayectoria de los Peces - Pierre Szalowski
A medida que crecemos, entendemos mejor los caminos interiores de nuestra infancia, que a veces se convierten en extraños viajes. Conseguimos analizarlos, definir las causas, los motivos o los destinos finales. Sobre todo, en los recuerdos, logramos separar la parte de verdad de la irreal.(Pág.209)
viernes, 7 de agosto de 2009
domingo, 2 de agosto de 2009
Soledad Puértolas - Historia de un abrigo
Vagamente se pregunta cómo es en el fondo la gente que anda por la calle y si habrá alguien por ahí con quien poder hablar y entenderse, pero no es fácil adivinar la vida de los otros sólo por el aspecto. Ella misma, vista de lejos, es una mujer vestida con ropa cómoda -además de ir calzada con zapatillas deportivas, lleva pantalones anchos, y un chaleco de plumas-, que anda a paso rápido por la calle. Esto es lo único que la gente puede saber de ella. Las vidas de las personas no se conocen, no se abarcan con un golpe de vista. Indagar puede ser doloroso, puede decepcionar. Pero, si no se indaga, ¿no vivimos demasiado lejos de la vida? Nadar y andar, ésta es la doctrina que imparte el médico, un sistema de protección. Luego está la ley de la gravedad, ¿una clase de protección, también, pero más esencial? Eso es lo que hay que conseguir: estar anclada a la vida de forma natural, sin hacerse tantas preguntas sobre los otros, sobre los enigmas, sobre el vacío. Hay que andar, hay que respirar hasta el fondo de los pulmones el aire del inivierno, esté contaminado o no, hay que fijarse en las copas de los árboles, en su desnudez transitoria, una desnudez que se remediará dentro de unos meses, hay que mirar las fachadas de las casas doradas por el sol que va cayendo. Hay que andar y sentir el peso del cuerpo sobre el asfalto, y no pensar, sino sentirlo todo. (pág. 225/226)