Y es que no es para menos, sino oíd, oíd la marcha que nos llevamos los lunes y miércoles.
Embutida en mi carísimo traje de baño, porque hay que ver lo que cuesta un bañador de piscina que recoja un poco el pecho, y mi blanco gorrito de última generación, de esos que protegen el cabello de la mala influencia del cloro, me dispongo a compartir cuarenta minutos de sano ejercicio en el medio acuático. Por si no lo sabéis, los bañadores femeninos de piscina aplastan el cuerpo que es un contento y no contemplan, en general, que una figura femenina llena de curvas (como es mi caso : p) producidas por el tranquilo discurrir del tiempo y la vida sedentaria, puedan dar un uso
distinto al de la competición natatoria. Bajo el principio aerodinámico de que todo lo recto se desliza mejor, estos bañadores suelen caer en el riesgo de ignorar el fundamento físico femenino por excelencia, aplastándo todo lo que pillan a su paso. Tanto es así ,que algunas de mis congéneres se ha visto en la necesidad de utilizar un sujetador deportivo debajo del traje de baño , dados los infinitos saltos que damos en la piscina durante cada sesión. ¿Cuál es el ritmo de esos saltos? Je! Buena pregunta. Sólo tenéis que molestaros en escuchar estos vídeos que os pongo para que os podáis hacer una idea.
Creédme si os digo que no resulta nada, pero nada fácil. Tal vez hable impelida por mi bisoñez en estos menesteres. Pero mejor, empecemos por el principio. Allá a las siete de la tarde, dos veces por semana, salgo de casa en dirección a la piscina. Pertrechada a la sazón como corresponde, oséase: chandal informal, de ésos que se llevan ahora, que lo parecen y no lo parecen; deportivas supermegachachis que no llevan cordones (heredadas de mi hija); calcetines de esos que se esconden en los zapatos, que apenas asoman el ribete, como si una inmensa vergüenza les hiciera arrugarse y encogerse en su mismidad dentro de él y, por último, una pequeña bolsa negra deportiva (heredada de mi hijo) cuyo uso inicial era de transporte de la consola, pero que andaba por casa rodando sin estrenar y que salvé para este otro fin. ¡Ah, sí! Me falta contar que la toalla, para el aseo posterior a la clase, también es de ultimísima generación, de esas de microfibras que venden entre otros sitios, en Decathlon. Lo bueno de estas toallas, es que apenas ocupan espacio y secan bastante bien. Vámos, ideal de la muerte para mi pequeña bolsa deportiva. Completo el ajuar con una botella con gel-champú-suavizante de la marca adidas (menos mal que no pone "for men" si no "sport").
Observo que mis compañeras, más duchas que yo en este affaire, traen de casa cremas hidratantes o aceites corporales ya que, por lo que se ve, el agua pisciniaira reseca mucho la piel. Yo, por lo pronto, no me he subido a ese carro, pero como dice aquel: cosas veredes amigo Sancho. Pero volviendo a la clase en sí, éstas que véis y oís son algunas de las canciones que acompañan y marcan nuestros ejercicios acuáticos. Ni que decir tiene que al poco de empezar la clase, unas mejillas sonrosadas nos uniforman, resultando difícil de creer que al tiempo que estámos arrugadas de tanto remojo unas preciosas mejillas relumbran más que el sol.
Y tal vez os preguntéis, ¿es que todo son pegas para esta mujer? Mal hecho, lo que debéis pensar es que a pesar de todo lo que os cuento o, mejor dicho, os cuento todo esto por lo bien que lo pasamos, a la vez que quemamos kilotones de calorías, siendo sirenas de agua dulce. Por cierto, cuando oímos la última melodía que os he colgado, sabemos que tocan los últimos estiramientos y (sensuales), movimientos de caderas, que más de una que yo me sé, no haría si no fuera por la intimidad que el líquido elemento nos ofrece. Me falta añadir que el grupito en el que estoy esta compuesto por féminas que oscilan entre los setenta y muchos y los catorce años, de distintas nacionalidades y autonomías. Mujeres unidas por el gusto de ejercitarnos en el aqua en busca de la armonía, no sólo del cuerpo si no también del espíritu, pues acabamos tan rendidas después de estas clases, que una paz espiritual inconmensurable se adueña del vestuario, cuando salimos aseadas de las templadas duchas, dejándose oír únicamente un tímido 'adios' al encarar la puerta del vestuario. Bueno, seamos sinceras, somos mujeres, y algo más se oye, pero no mucho, no creáis.
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