-Yo también puedo caminar -se quejó Lova.
- Lo sé, bonita -dijo Rebecka-. Pero no tenemos tiempo. Vamos más deprisa si te llevo yo.
Abrió la puerta de Sivving con el codo y dejó a Lova en el suelo del recibidor.
-Hola -gritó, y al instante le respondió Bella con unos ladridos de entusiasmo.
Sivving apareció en la puerta de bajada al sótano.
-Gracias por quedártela -dijo Rebecka, buscando aliento mientras en vano intentaba quitarle a Lova los zapatos sin desatarlos-. Vaya idiotas. Ya me lo podrían haber dicho ayer cuando la fui a buscar.
Al llegar a la guardería con Lova se había encontrado con que el personal tenía jornada de planificación y que los niños no podían estar allí. Y sólo faltaba una hora para la vista oral donde se discutiría la prisión preventiva. Ahora tenía prisa de verdad. Dentro de poco el viento habría echado tanta nieve sobre el coche que quizá no lo podría sacar. Y entonces no llegaría a tiempo ni en sueños.
Intentó desatarle los cordones a Lova, pero Sara le había hecho nudos dobles cuando ayudó a su hermana a atárselos.
-Déjame a mí -dijo Sivving-. Tú tienes prisa.
Levantó a Lova y se sentó, con ella en el regazo, en una sillita verde de madera que desapareció por completo debajo de su corpachón. Con paciencia comenzó a deshacer los nudos.
Rebecka lo miró agradecida. Las carreras de la guardería y del coche hasta la casa de Sivving la habían hecho acalorase y sudar. Sentía que la blusa se le pegaba al cuerpo, pero no tenía tiempo de ducharse y cambiarse de ropa. Le quedaba sólo media hora.
-Te quedas con Sivving y dentro de un rato vengo a buscarte ¿vale? -le dijo a Lova.
Lova asintió con la cabeza y levantó la cara hacia Sivving hasta verle la barbilla por debajo.
-¿Por qué te llamas Sivving? -le preguntó-. Es un nombre raro.
-Sí, es raro -dijo Sivving riéndose-. En realidad me llamo Erik.
Rebecka lo miró sorprendida y se olvidó de que tenía prisa.
-¿Qué? -dijo-. ¿No te llamas Sivving? Y ¿por qué te llaman así?
-¿No lo sabes? -dijo Sivving con una sonrisa-. Fue mi madre. Estaba estudiando para ingeniero de caminos, canales y puertos en la Escuela Técnica Superior de Estocolmo. Después volví a casa y me iba a poner a trabajar para LKAB. Mi madre no cabía en sí misma de lo orgullosa que estaba, claro. Había tenido que aguantar bastantes memeces por parte de los vecinos del pueblo cuando me mandó a estudiar. Decían que sólo la gente fina enviaba a sus hijos a estudiar fuera y que ella no debía tener esos aires de grandeza.
El recuerdo le dibujó media sonrisa y luego continuó:
-En cualquier caso, alquilé una habitación en la calle Arent Grape y mi madre consiguió una línea de teléfono para mí. Y me apuntó para que apareciera mi título en el listín. Civ. ing., es decir, ingeniero civil. Puedes imaginarte como sonaba al principio:'Vaya, si es el mismísimo civ. ing. que viene de visita.' Pero con el tiempo la gente fue olvidando de dónde venía el nombre y al final todo el mundo me llamaba Sivving. Y yo me acostumbré. Hasta Maj-Lis me llamaba Sivving.
-Vaya sorpresa.
-¿No tenías prisa? -preguntó Sivving.
Rebecka dio un respingo y salió disparada por la puerta. (Págs. 300-302)
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