martes, 21 de octubre de 2014

Lexicón- Max Barry

[I] POETAS

[CUATRO]
[...]

 —Pensaba que eras historia —le dijo el chico de pelo rizado.
   Emily estaba pasando frente a la habitación del chico, pero ahora se detuvo. Estaba tirado en su cama. La chica angelical estaba dentro, con la espalda apoyada en la pared de piedra.
   —Solo precalentaba —respondió. Se disponía a marcharse cuando la chica se apartó de la pared y dijo:
   —Eh, quiero tu opinión. ¿Por qué crees que los profesores de este sitio tienen nombres falsos?
   Emily la miró, confundida.
   —Charlotte Brontë. Hay un profesor que se llama Robert Lowell y también un Paul Auster. ¿Te has fijado en el panel del vestíbulo? Dice que antes de Brontë, la directora era Margaret Atwood —señaló con las cejas arqueadas.
   —¿Y...? —preguntó Emily.
   —Son poetas famosos —dijo el chico—. Poetas famosos muertos, la mayoría. —Le dirigió una mirada divertida a la chica angelical—: No lo sabía.
   —Como si yo fuese a sentarme ahí a memorizar nombres de poetas —repuso Emily—. Por eso es por lo que voy a destrozaros en los exámenes, porque todo lo que sabéis es inútil.
   El chico esbozó una amplia sonrisa y la chica dijo:
   —No pasa nada. —Lo dijo en un tono que hizo que Emily quisiera pegarle—. Y la escuela no tiene nombre. Solo la llaman «la Academia». Un poco raro, ¿verdad?
   —Tú eres un poco rara —le soltó Emily.

   Gertie no volvió.
   —Los exámenes son eliminatorios —dijo el chico de pelo rizado, con la boca llena de pan de centeno. Estaban almorzando y él había ocupado la silla de Gertie—. Suspende uno y estás fuera. Puedes ir haciendo tus maletas.
   Emily estaba untando un bollo con mantequilla y detuvo el gesto de su mano a medio camino.
   —¿Quién te ha dicho eso?
   —Nadie. Me lo he imaginado. Es obvio, ¿no te parece? —dijo el otro, sin dejar de masticar.

   Charlotte apareció durante el almuerzo y miró a Emily de un modo que a ella no le gustó en absoluto. Luego se fue. Emily continuó comiendo, pero la comida formó una bola en su estómago. Más tarde, Charlotte y otro profesor la estaban esperando en el pasillo. Eso le recordó San Francisco, donde dabas un paso en la puerta de la casa donde habías pasado la noche y te dabas de bruces con dos prostitutas delgaduchas, con las caderas marcadas y los labios como culos de gato, temblando de rabia por cualquier agravio. Una deuda o algo que habías hecho.
   Charlotte le hizo una seña para que se acercase:
   —Emily, por favor.
   Sus tacones resonaron por el pasillo.
   Al llegar a su despacho, le indicó una silla. La habitación era más grande de lo que Emily había pensado. Tenía puertas que conectaban con otras estancias, en una de las cuales debía de dormir Charlotte, puesto que le había dicho que podía ir a verla en cualquier momento del día. Había una única ventana, que daba a un patio, y una mesa desordenada sobre la que había un jarrón con flores frescas.
   —Estoy decepcionada.
   —¿Lo está? —preguntó Emily.
   —Te ofrecimos una gran oportunidad. Nunca sabrás cómo de grande.
   —No sé de qué está hablando.
   —La sala de exámenes está vigilada.
   —Entiendo —dijo Emily. Hubo un silencio—. O sea, que está diciendo que he hecho algo mal.
   —¿Trampas? Sí. Eso estuvo mal.
   —Bueno, pues debería haberlo dicho. Debería haber dicho: «En realidad tenemos tres normas, la tercera es no hacer trampas».
   —¿Crees que es necesario decir eso?
   —Ese tío que me envió aquí desde San Francisco, Lee, sabía que yo engaño a la gente. Eso es lo que hago. Soy una timadora. ¿Me traen aquí pero de repente no puedo hacer trampas? Nunca me advirtieron.
   —Dije que las respuestas sinceras eran algo esencial.
   —En la prueba anterior. No en la del vídeo.
   —No vamos a discutir eso ahora —sentenció Charlotte—. Está de camino un conductor para recogerte. Por favor, coge tus cosas.
   —Bien —exclamó Emily—, que les jodan.
   —Puede que te hayan prometido una compensación por tu tiempo aquí. Desgraciadamente no va a ser así como consecuencia de tus trampas.
   —Zorra.
   La expresión del rostro de Charlotte no varió un ápice. Emily había esperado algún tipo de reacción por parte de alguien con aspecto tan monacal. Había dado por supuesto que Charlotte estaba furiosa, del modo en que lo hace la gente cuando rompes una de sus normas impuestas, pero lo cierto era que a Charlotte no parecía importarle.

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