De unos años a esta parte mi amiga Joana Mª y yo nos reunimos varias veces a lo largo del verano. Como somos afortunadas y las dos vivimos en zonas costeras nos turnamos en nuestros encuentros playeros. Hoy me tocó visitarla en sus dominios y a las diez y media, puntual como un clavo, llegaba en coche hasta el aparcamiento donde siempre me espera. Esta vez el encuentro se había demorado un par de semanas más de la cuenta. Su sonrísa amplía y el afectuoso movimiento de brazos reflejaban mi propia alegría. Sombrerito de tela blanco, vestidillo playero blanco y negro y zapatillas de loneta blanca. Ella siempre vestida con elegante sencillez. Nos abrazamos, nos saludamos apresuradamente y recogemos las sillas plegables que siempre le acompañan, una para sí, la otra para la acompañante. Ya listas emprendemos en mi coche la bajada hasta la playa; son unos pocos metros, pero no queremos perder ni un instante del chapuzón compartido. Es una hora temprana para los bañistas de la zona y podemos escoger libremente el asentamiento eventual. Colocamos sillas, sacamos toallas y resguardamos bolsas, mientras nuestra voraz conversación nos va llevando revoloteando de un tema a otro con ansia de ganar tiempo al tiempo. Todo este ajetreo nos hace entrar en calor, más del que de por sí hace, y nos lanzamos al agua con un reposado braceo que nos conduce hasta los límites que las boyas amarillas ponen a los yates allí anclados. La mar está perfecta. Las yemas arrugadas de los dedos nos fijan el tiempo en remojo y acordamos salir en busca, ahora sí, de un sol deseado. Esta vez sí nos esmeramos en el estilo, un poco de braza, un poco de croll y rematamos con algo de espalda; y es que somos sirenas por naturaleza. Ya en la arena, llegadas a nuestras sillas, nos secamos solo la cara al tiempo que un dialogar ininterrumpido, pero ordenado, nos pone al día de nuestras vidas. Y es que una de las cualidades de mi amiga Joana Mª es la discreción de sus palabras, por lo que nunca van nuestras conversaciones de caracter personal más allá de nuestras respectivas familias, o dicho de otra manera, no somos cotillas. Hablamos, como no, de política; hoy fui un poco mala y critiqué lo que en la fotografía parecen dos poderosas razones de silicona de nuestra sexagenaria ministra, con un pie de foto que rezaba entre otras cosas "la arruga es bella" y es que arrugada si está la pobre; el bikini que lleva y poco tapa por sí solo habla. Cosas veredes amigo Sancho. Al poco rato ya nos sentimos un poco quemadas, no por la ministra, si no por Lorenzo que cae de lleno a las doce de la mañana. De común acuerdo y ,como siempre, rematamos el baño con un martini fresquito en una terraza, en mi caso un zumo de rica naranja. Ella paga y allá a la una, cuando la hora manda, nos despedimos con la esperanza de volvernos a encontrar esta próxima semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario