sábado, 16 de diciembre de 2006

El Montalban-o de Andrea Camilleri

Se despertó muy mal: las sábanas, en medio del sudor del sueño, alterado por culpa del kilo y medio de sardinas al horno rellenas con anchoas, cebolla, perejil y pasas que se había zampado la vispera, se le habían enrollado apretadamente alrededor del cuerpo cual si fueran las vendas de una momia. Se levantó, se dirigió a la cocina , abrió el frigorifico y se bebió media botella de agua helada. Mientras lo hacía miró a través de la ventana abierta. La luz del amanecer presagiaba un buen día, con un mar como una balsa de aceite y un cielo claro y sin nubes. Montalbano, muy sensible a los cambios metereológicos, se tranquilizó a propósito de su estado de ánimo en las próximas horas. Era todavía muy temprano, por lo que volvió a acostarse cubriéndose la cabeza con la sábana, dispuesto a dormir un par de horitas más. Tal como siempre hacía antes de quedarse dormido, pensó en Livia, en su cama de Boccadasse, Génova: era una presencia benéfica en cada viaje que él emprendía a the country of sleep, como decía un poema de Dylan Thomas que le había encantado. El Ladrón de Meriendas

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