Lo que más le gusta de los paseos es el momento de la pausa. Entra en un bar, se toma un café o una cerveza, según la hora que sea, escucha las conversaciones que se desarrollan a su alrededor y esperaa a que se porduzca el milagro, a ser invadida por un fugaz pero intenso sentimiento de integración, algo que le haga sentir que poder descifrar los enigmas de la vida no es tan importante, que pueden dejarse ahí, envueltos en su halo de misterio. No siempre ocurre. Depende de cosas que escapan a su control, detalles pequeñísimos, la amabilidad del camarero, por ejemplo.
Vagamente se pregunta cómo es en el fondo la gente que anda por la calle y si habrá alguien por ahí con quien poder hablar y entenderse, pero no es fácil adivinar la vida de los otros sólo por el aspecto. Ella misma, vista de lejos, es una mujer vestida con ropa cómoda -además de ir calzada con zapatillas deportivas, lleva pantalones anchos, y un chaleco de plumas-, que anda a paso rápido por la calle. Esto es lo único que la gente puede saber de ella. Las vidas de las personas no se conocen, no se abarcan con un golpe de vista. Indagar puede ser doloroso, puede decepcionar. Pero, si no se indaga, ¿no vivimos demasiado lejos de la vida? Nadar y andar, ésta es la doctrina que imparte el médico, un sistema de protección. Luego está la ley de la gravedad, ¿una clase de protección, también, pero más esencial? Eso es lo que hay que conseguir: estar anclada a la vida de forma natural, sin hacerse tantas preguntas sobre los otros, sobre los enigmas, sobre el vacío. Hay que andar, hay que respirar hasta el fondo de los pulmones el aire del inivierno, esté contaminado o no, hay que fijarse en las copas de los árboles, en su desnudez transitoria, una desnudez que se remediará dentro de unos meses, hay que mirar las fachadas de las casas doradas por el sol que va cayendo. Hay que andar y sentir el peso del cuerpo sobre el asfalto, y no pensar, sino sentirlo todo. (pág. 225/226)
Vagamente se pregunta cómo es en el fondo la gente que anda por la calle y si habrá alguien por ahí con quien poder hablar y entenderse, pero no es fácil adivinar la vida de los otros sólo por el aspecto. Ella misma, vista de lejos, es una mujer vestida con ropa cómoda -además de ir calzada con zapatillas deportivas, lleva pantalones anchos, y un chaleco de plumas-, que anda a paso rápido por la calle. Esto es lo único que la gente puede saber de ella. Las vidas de las personas no se conocen, no se abarcan con un golpe de vista. Indagar puede ser doloroso, puede decepcionar. Pero, si no se indaga, ¿no vivimos demasiado lejos de la vida? Nadar y andar, ésta es la doctrina que imparte el médico, un sistema de protección. Luego está la ley de la gravedad, ¿una clase de protección, también, pero más esencial? Eso es lo que hay que conseguir: estar anclada a la vida de forma natural, sin hacerse tantas preguntas sobre los otros, sobre los enigmas, sobre el vacío. Hay que andar, hay que respirar hasta el fondo de los pulmones el aire del inivierno, esté contaminado o no, hay que fijarse en las copas de los árboles, en su desnudez transitoria, una desnudez que se remediará dentro de unos meses, hay que mirar las fachadas de las casas doradas por el sol que va cayendo. Hay que andar y sentir el peso del cuerpo sobre el asfalto, y no pensar, sino sentirlo todo. (pág. 225/226)
Siempre me entero tarde de todo lo importante, pero bueno...mas vale trade que nunca.
ResponderEliminarMe encanta tu blog y con tu permiso te añado al mio ¿si?
Un abrazo
madison
Madi muchísmas gracias por tus palabras. Claro que tienes permiso¡! Estrecharemos nuestros lazos un poquito más. 1Bsín. :))
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