Este es el segundo episodio, de un ciclo de cuatro, que junto con el primero y el tercero, se encuentra en el Museo del Prado, Madrid. El último de los cuadros forma parte de la colección privada del Palacio Pucci, Florencia, aunque casi ningún experto considera que Boticelli participara en él.
Según algunos críticos, el refinado uso de los colores en este cuadro evidencia que lo pintó Boticelli, pero otros creen que las figuras de Nastagio y la mujer son de otro autor, sin embargo el caballo blanco es considerado acaso lo mejor del cuadro y se atribuye al maestro con bastante certeza.
Sea como fuere lo cierto es que desde que visité por primera vez El Prado y siempre que he vuelto, unas cinco o seis veces, acabo parada delante de él sin saber muy bien por qué, porque el tema en sí me resulta bastante desagradable, sin embargo los colores.... ay los colores!!! Y ese caballo, maravilloso caballo de cuya pose no se puede decir que no sea elegante, y la blancura radiante, de pureza, de quien no está envuelto en tan truculenta historia, aunque de algún modo sea partícipe de ella. Está a un lado y más aún que se retiraría de tal tragedia. Y al otro lado del bosque en una posición casi identica está el joven enamorado, igual de despavorido. Y si miramos las copas se rompen en el centro al tiempo que se complementan en la distancia, dando paso a un cielo y un mar lejanos y poco atractivos. Definitivamente ya sé que me atrae tanto del cuadro y no es sólo su colorido si no su simetría. Hasta te dan ganas de contar árboles, y animales de uno y otro lado, y ver si alguna mágica combinación numérica tras él se escondería.
P.S.: Se vino a mi casa, en la última visita, en forma de imán, junto con los fusilamientos de Goya "recién" estrenados.
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