"Del supermercado desbordan las mercancías que mantienen presas a las personas. El sábado, el hombre debe actuar de pareja y ayudar a recogerlas en las redes, y los pescadores cantan. Entretanto, el hombre ha aprendido esta forma sencilla y malvada de hacer las cosas. Mudo, vaga por entre las mujeres, que pagan su calderilla y combaten el hambre. ¿Cómo van a llegar dos personas a esta unidad, si ni siquiera se pueden cerrar las cadenas humanas por la paz? La mujer se ve acompañada, los paquetes y bolsas son cargados sin bronca ni tumulto. De este modo el director se acomoda entre la gente, les quita el sitio y controla lo que se compra, aunque eso sería tarea de su ama de llaves. Él, un Dios, vaga por entre sus criaturas, que son menos que niños y sucumben bajo tentaciones más ilimitadas que el mar. Mira en los carritos de los demás, y también en los escotes ajenos, en los que se ladran testarudos enfriamientos y deseos testarudos se mantienen ocultos bajo los pañuelos. Con frecuencia las casas son frías y húmedas, tan cerca del río. Cuando ve a su mujer, cuya mano titubea dentro del frigorífico sobre toda aquella mortandad, hasta alcanzar un paquete transparente, cuando ve su escasa presencia física, su hermoso vestido, le asalta una terrible impaciencia por hacer sentir su peso en carne[...]Él se retrasa un poco al llegar a la caja, y abarca el bostezante vacío de su propiedad, ante la que las mercancías eran hombrecillos. Bailan a su alrededor varios empleados del supermercado a los que ha arrebatado los hijos, unos para la fábrica, los otros porque ahora tienen que emigrar o entregarse al alcohol.¡El tiempo se le hace demasiado largo a este Señor!
Las bolsas de la compra, que han cumplido su misión, susurran por el suelo del vestíbulo, impulsadas por las patadas del director. A veces, en furiosos ataques de ira, patea de tal modo la comida que la manda por los aires. Entonces, arroja a la mujer sobre el lecho de productos y completa la imagen con ella... "(págs. 69-70)
"Los grandes, que ya van a la escuela del beneficio, no hacen sino preocuparse por el sector público, que cuelga pesadamente de nuestros monederos como este director de las bolsas de leche de su esposa. Por parte de sus propietarios se le ha dado a entender que los consorcios, tan magníficos en su codicia como en su ira, gustarían de jugar con los habitantes del pueblo una partida de cartas sobre su vida. Los hijos de los postergados aprenden pronto por qué lado se unta el pan: ¡Siempre hay que tener bien juntas las finas rodajas de la guarnición! Para que a la Caja de Ahorros para la Construcción le merezca la pena desembolsar la superprima. Y quizá el director pueda jugar también, y cantar además.
Él tiene otras preocupaciones, porque nadie soporta la vida en solitario. Él lleva en lo alto la raya del pelo, y en lo bajo el vellón de sus genitales, que va a regalar a su mujer hasta que le brillen los ojos, ¡ya verás! Su elevada renta mensual derrama una alegría inextinguible sobre su cabeza embotada por la bendición del dinero. ¡Pero a nosotros, figuras de siervos, nos han reconocido! Nos han reconocido y apreciado, porque en las profundidades hay vida, y la gente afluye a la taberna. Pronto habremos puesto a nuestro animal en seco, donde un venenoso rocío caerá desde el banco emisor sobre su miseria. Nuestro crecimiento demasiado fuerte sufren los que no cuentan, que no pueden adelantar los pies más allá de donde ven, que tienen que calibrar las horas de viaje antes de presentarse, con las cabezas descubiertas, ante sus propósitos y sus prebostes. Sus deseos no pueden ser cumplidos, y caen bajo la guadaña de los recortes presupuestarios (¡oh, los ahorros de las gentes!). Sí, este director está del todo en su elemento. Pone freno a los pasos desmedidos, porque es inconmensurablemente rico para la gente que aprende a caer a su lado sin ruido, como las hojas, para no molestarle cuando toca el violín." (págs. 134-135)
"En cualquier momento, el director podría arrojar de cabeza al jardín a su mujer, que tenga cuidado si se vuelve a dar rímel en las pestañas. Él la dejará dárselo, pero su necesidad se despabilará como un manantial en el bosque, e inútiles lágrimas embadurnarán el rostro de ella hasta desfigurarlo, y manchas púrpureas (¡Gertri!) floreceran en el prado de su vientre. Además de por la pobreza, todo el mundo puede ser bataneado de otro modo, cuando el día despunta temprano y a uno le pasa el café por la garganta. No nos va bien a las mujeres cuando no amamos más que la limpieza de nuestra habitación y nadie nos abre cada día para controlar si algo se ha añadido a nuestros majestuosos órganos. Pero no hay que temer, seguimos siendo las mismas. Pronto el abismo se cubrirá con nosotras, igual que intentamos cubrir nuestras viviendas unifamiliares con Eternit fresco, y los intereses de los créditos caerán encima como sombras. Pronto el jefe vendrá al establo a por nosotras, bestezuelas, que estamos atadas a la cadena de nuestros deseos y somos pateadas." (pág. 136)
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