Muchas de las fiestas religiosas vienen acompañadas de "cocinas" especiales. Aquí tenemos una tradición de rancio arraigo que al paso que vamos se perderá y dará paso a los jalogüines correspondientes (tal es la influencia a la que estamos sometidos).
Solían los padrinos regalar "un rosari" (rosario) hecho con chocolatinas y caramelos ensartados en un hilo, rematado en un medallón de dulce calabaza cuyo centro culminaba en una preciosa "figurita" de alegres colores. El ahijado, disfrutaba así, desgranando el rosario, del dulzor de una época tan desalentadora como el otoño y de una fiesta, a priori triste, como es la los difuntos. Cuanto más largo era el "rosari" más lo disfrutabas, ya que tenía mas golosinas por delante y más ostentoso resultaba a la hora de compararlo con el de los demás (se me ocurre pensar en la consabida frase de "el mío es más largo").
Sí, eran las once y pico de la noche cuando llamaban a la puerta, y sorprendida miré a mi hijo, pensamos quién podría ser, hasta que él cayó en la cuenta: es jalogüín. ¡Ah!- contesté- pues no tengo caramelos. Pues no contestes -me dijo. Y no contesté. Después de dos timbrazos más se marcharon.
Hoy me pregunto, si en unos pocos años, ya tendré la precaución de tener caramelos (por aquello de estar a la altura) o si por el contrario, mis posibles nietos, recibirán su Rosari.
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