Montalbano no supo ni el cómo ni el porqué, pero de pronto se levantó y corrió a la cocina. X no estaba. Se asomó al balcón abierto. Una bombilla encendida iluminaba la explanada delante del garaje, pero su pálida luz bastó para permitirle ver una especie de saco negro, inmóvil en el suelo. X se había arrojado al vacío sin decir una palabra, sin emitir un grito. Y el comisario comprendió que la tragedia, cuando se interpreta en presencia de terceros, adopta poses y habla en voz alta, pero cuando es profundamente auténtica, habla en voz baja y sus gestos son humildes. Claro, la humildad de la tragedia.
La Luna de Papel, Andrea Camilleri
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