-¿La Viena contemporánea? -pregunté.
-No, bobo. Una época más antidiluviana, con las titis en carruajes y vestidos al estilo My Fair Lady o Gigi, además de un sinfín de bohemios y bichos raros que cantan melodías de ayer y hoy por toda la Ringstrasse. Sólo Klimt, sólo Shiele, sólo Stefan Zweig, y un pataleo con bastante buena presencia que atiende al nombre de Oskar Kokoschka.
-Todos ilustres personajes -intervine cuando los carrillos de Wunch se tiñeron de color carmesí en homenaje a la región francesa de Burdeos.
-¿Y por qué hembra pierden el culo todos esos nombres de marca? -prosiguió-. ¿Cuál es el gancho romántico? Una bomba sexual de la ciudad llamada Alma Mahler. Habrás oido hablar de ella. Se los cepilló a todos: a Mahler, a Gropius, a Werfel... Tú di un nombre, y seguro que también lo pasó por la piedra.
-Pues no sé...
-Pues yo si sé. Es decir, claro que me tomo sutiles licencias con la narración. Si no, chaval, traeríamos al mundo un peñazo. También estoy modernizando el lenguaje. Como cuando Bruno Walter se encuentran con Wilhelm Furtwängler y dice: "Eh, Furtwängler, ¿irás a la barbacoa de Rilke el sábado por la noche?". Y Furtwängler contesta: "¿La barbacoa?", como si fuera evidente que no lo han invitado, y Walter va y dice: "Uy, perdona. Me da que debería haber mantenido cerrado este buzón que tengo por boca". ¿Me explico? El diálogo ha de tener un ritmo urbano actual.
Mientras Wunch acometía su foie a la sartén, empecé a sentir un progresivo entumecimiento en varias de mis vértebras clave y me aflojé la corbata en un esfuerzo por respirar.
-Así pues -continuó-, primero viene la obertura, que yo veo como algo ligero y pegadizo, pero en la escala dodecafónica, a modod de guiño de Schönberg.
-Pero, en buena lógica, habiendo tantos y tan hermosos valses de Strauss... -atajé.
-No seas bucéfalo -dijo Wunch con un gesto de desdén-. Eso lo reservamos para la apoteosis final, cuando el público se muera por un respiro después de dos horas de atonalidad.
-Ya, pero...
-Entonces se levanta el telón y se ven los decorados, todo estilo Bauhaus.
-¿Bauhaus?
-En el sentido de que la forma sigue a la función. De hecho, en la primera canción, Walter Gropius, , Mies van der Rohe y Adolf Loos cantan "La forma sigue a la función", igual que Guys and Dolls empieza con Fugue for Tinhorns. Acaba la pieza, ¿y quién entra si no la propia Alma Mahler? Y con un vestido que la mismísima Jennifer López descartaría por exiguo. Acompaña a Alma su marido compositor, Gustav. "Vamos, agonías", dice ella, "andando." Y el frágil tonadillero contesta: "Sólo un strudel más. Necesito mantener alto el nivel de azúcar en la sangre para no sumirme en mi cotidiana obsesión por la mortalidad".
"Entretanto -se explayó Wunch-, resulta que Gropius le ha echado el ojo a Alma, cosa que a ella la pone, y canta "Cómo me gustaría tener a Gropius en la grupa". Acabada la primera escena, se apagan las luces y, cuando se encienden al principio de la segunda, ella vive con Gropius y lo engaña con Kokoschka.
-¿Y qué fue de Gustav, el marido?- inquirí.
_¿Y tú qué crees? Regodeándose en su cuelgue por Alma, contempla el Danubio desde un puente, listo para saltar, cuando pasa por allí en bicicleta el mismísimo Alban Berg.
-¡No!
-"Eh, colega, no estarás pensando en tomar la vía del cobarde, ¿verdad?", pregunta. Mahler desahoga sus penas conyugales con él, y Berg le dice que tiene la solución idónea. Le habla de un tío con barba, uno que vive en el número diecinueve de Bergasse y que por unos pocos pfenning la hora..., que por alguna razón el gurú ha reducido a cincuenta minutos, no me preguntes por qué..., le puede reajustar la mollera.
-¿El diecinueve de Bergasse? Un momento. Mahler nunca fue paciente de Freud -protesté.
- Da igual. Lo presento como un tartamudo compulsivo, cosa que despierta la curiosidad de Freud. Un trauma infantil. Una vez Mahler vio ahogarse en nata montada a un burgomaestre de la ciudad. En el centro del escenario baja un diván, y Freud canta una extraordinaria pieza cómica, "Usted diga la primera gilipollez que le venga a la cabeza". Como es lógico, tratándose de Freud, todo son dobles sentidos, y hacemos una pequeña sátira de las convenciones vienesas, mostrando que incluso a un gran compositor de sinfonías como Mahler, inconscientemente, lo único que le pone son los corsés, la cerveza y el ragtime, pese a que se gana las habichuelas explotando lo sublime. Freud desbloquea a Mahler para que pueda componer otra vez y, gracias a ello, Mahler vence su arraigado miedo a la muerte.
-¿Y cómo vence Mahler su miedo a la muerte? -pregunté.
-Muriendo. He llegado a esa conclusión: no hay otra manera.
Cantad, Sacher Tortes - Pura Anarquía
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