lunes, 5 de julio de 2010

El Libro del Desasosiego - Fernando Pessoa

I.
Nací en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes había perdido la creencia en Dios, por la misma razón por la que sus mayores la habían tenido -sin saber por qué. Y entonces, como el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes escogió a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a aquel género de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no viendo sólo la multitud de la que son parte, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca a la Humanidad. Consideré que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo por lo tanto deber ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto a la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una revivificación de los cultos antiguos, donde los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.
   Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me quedé, como otros de la orla de las gentes, en aquella distancia de todo a la que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la incnsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiera pensar, se pararía.
   A quien, como yo, así, viviendo, no sabe tener vida ¿qué le queda sino, como a mis escasos pares, la renuncia por modo y la contemplación por destino? No sabiendo qué es la vida religiosa, ni pudiendo saberlo, porque no se tiene fe con la razón; no pudiendo tener fe en la abstracción del hombre, ni sabiendo siquiera qué hacer de ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos, indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.
   Reteniendo de la ciencia sólo aquel precepto central suyo, de que todo está sujeto a las leyes fatales, contra las cuales no se reacciona independientemente, porque reaccionar es que ellas han hecho que reaccionáramos; y verificando cómo ese precepto se ajusta al otro, más antiguo, de la divina fatalidad de las cosas, abdicamos del esfuerzo como los débiles del entretenimiento de los atletas, y nos doblamos sobre el libro de las sensaciones con un gran escrúpulo de erudición sentida.
   No tomando nada en serio, ni considerando que nos fuese otorgada como cierta otra realidad fuera de nuestras sensaciones, a su abrigo nos acogemos, y las exploramos como a grandes países desconocidos. Y, si nos ocupamos asiduamente no sólo en la contemplación estética sino también en la expresión de sus modos y resultados, de la voluntad de querer convencer el entendimiento ajeno o mover la ajena voluntad, es apenas como el hablar en voz alta de quien lee, hecho para dar plena objetividad al placer subjetivo de la lectura.
   Sabemos bien que toda obra ha de ser imperfecta, y que la menos segura de nuestras contemplaciones estéticas será la de aquello que escribimos. Pero imperfecto es todo, y no hay ocaso tan bello que no pudiera serlo más aún, o brisa tan leve que nos produzca sueño que no pudiera darnos un sueño aún más tranquilo. Y así, contempladores por igual de las montañas y de las estatuas, disfrutando los días como libros, soñándolo todo, sobre todo para transformarlo en nuestra íntima sustancia, haremos también descripciones y análisis que, una vez hechos, pasarán a ser cosas ajenas de las que podremos disfrutar como si vinieran con la tarde.
   No es este el concepto de los pesimistas, como el de Vigny, para quien la vida es una cadena, donde él trenzaba la paja para distraerse. Ser pesimista es tomar cada cosa como algo trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad. No tenemos, es cierto, un concepto de valor para aplicar a la obra que producimos. La producimos, es cierto, para distraernos, pero no como el preso que trenza la paja para distraerse del Destino, sino como la joven que borda almohadas para distraerse, sin más.
   Considero la vida como una venta donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo. No sé adónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esta venta una prisión, porque estoy obligado a esperar en ella; podría considerarla un lugar social, porque aquí me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni vulgar. Dejo estar a los que se encierran en su cuarto, echados indolentes en la cama donde esperan sin sueño; dejo hacer a los que conversan en las salas, de donde las voces y las músicas llegan cómodas hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y los sonidos del paisaje, y canto lento, sólo para mí, vagos cantos mientras espero.
   Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarla, y no pregunto más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, estará bien. Si no lo leen, ni se entretienen, estará también bien. (Págs. 15-18)

La Ternura del Sueño

domingo, 27 de junio de 2010

Es rubia: el cabello suelto - José Martí

Es rubia: el cabello suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En un torbellino de oro.

La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No dice, como antes, "tumba":
"Eva" dice: todo es "Eva".

Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata:
¡Y brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!

Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado:
¡Y en el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!

Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina:
Y entre las ramas la veo,
Y por el agua camina.

La serpiente del jardín
Silba, escupe, y se resbala
Por su agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.

¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del sol, y al sol voy:
Soy el amor: soy el verso!

domingo, 13 de junio de 2010

Placebo - Running up that hill

 
And if I only could,
Make a deal with God,
And get him to swap our places,
Be running up that road,
Be running up that hill,
With no problems.

Viento de Noche - Dámaso Alonso

El viento es un can sin dueño,
que lame la noche inmensa.
La noche no tiene sueño.
Y el hombre, entre sueños, piensa.
 Y el hombre sueña, dormido,
que el viento es un can sin dueño,
que aúlla a sus pies tendido
para lamerle el ensueño.
 Y aun no ha sonado la hora.
 La noche no tiene sueño:
¡alerta, la veladora!

La Dama Número Trece - José Carlos Somoza

La sombra se deslizaba entre los árboles. La maleza y la noche le otorgaban el aspecto de una figura incorpórea, pero era un hombre joven, de cabello largo, vestido informalmente. Al llegar al límite de la espesura se detuvo. Tras una pausa, como para asegurarse de que el camino se hallaba libre, atravesó el jardín en dirección a la casa. Era grande, con una galería de columnas blancas en la fachada a modo de peristilo. El hombre subió las escalinatas de la galería, penetró en la casa con tranquila sencillez, recorrió la planta baja sin encender una sola luz y se paró frente a la puerta cerrada del primer dormitorio. Entonces sacó del bolsillo uno de los objetos que llevaba. La puerta se abrió sin ruido. Había una cama, un bulto bajo las sábanas; se oía una respiración. El hombre entró como la niebla, más leve que una pesadilla, se acercó al lecho y vio la mano, la mejilla. los ojos cerrados de  la muchacha dormida. Apartó con delicadeza la mano y, segundos antes de que despertara, levantó su pequeño mentón descubriendo el cuello desnudo, un punteado de lunares, la vida latiendo bajo la piel; apoyó la punta del objeto cerca de la nuez y ejerció una ligera y exacta presión. Un rastro como de pétalos rojos lo acompañó hasta el segundo dormitorio, donde se hallaba la otra mujer. Cuando salió de este último, sus manos estaban más húmedas, pero no las secó. Regresó por donde había venido en busca de las escaleras que llevaban a la planta superior.
Sabía que arriba se encontraba su verdadera víctima.
Las escaleras desembocaban en un pasillo. Era largo, estaba alfombrado y se adornaba de bustos clásicos colocados sobre pedestales. La sombra del hombre eclipsaba los bustos conforme pasaba frente a ellos: Homero, Virgilio, Dante, Petrarca, Shakespeare..., silenciosos y muertos dentro de la piedra, inexpresivos como cabezas decapitadas. Llegó al final del corredor y cruzó la antecámara mágicamente revelada por la intensa luz verde de un acuario sobre un pedestal de madera. Era un objeto llamativo, pero el hombre no se detuvo a contemplarlo. Abrió una puerta de doble hoja junto al acuario, y, con una linterna, convocó las formas de una lámpara de araña, varias butacas y una cama con dosel. Sobre la cama, una figura imprecisa. El brusco tirón de las sábanas la despertó.
Era una mujer joven, de cabello muy corto y anatomía delgada, casi frágil. Estaba desnuda, y al incorporarse, los pezones de sus pequeños pechos apuntaron hacia la linterna. La luz cegaba sus ojos azules.
No hubo intercambio de palabras, apenas hubo sonidos.
Simplemente, el hombre


no

se abalanzó sobre ella.

no quiero

La noche proseguía afuera: había búhos que observaban con ojos como discos de oro y sombras de felinos en las ramas. Las estrellas formaban un dibujo misterioso. El silencio era una presencia terrible, como la de un dios vengador.
En el dormitorio, todo había terminado. Las paredes y la cama se habían teñido de rojo y el cuerpo de la mujer yacía disperso sobre las sábanas. Su cabeza separada del tronco se apoyaba en una mejilla. Del cuello sobresalían cosas semejantes a plantas marchitas emergiendo de un búcaro.
Silencio. Paso del tiempo.
Entonces sucede algo.
Lenta pero perceptiblemente, la cabeza de la mujer empieza a moverse,

no quiero soñar

gira hasta quedarse boca arriba, se incorpora con torpes sacudidas y se apoya en el cuello cortado. Sus ojos se abren de par en par

no quiero soñar más

y habla.

-No quiero soñar más.
El médico, un hombre corpulento de cabellos y barba sorprendentemente blancos, frunció el ceño.
-Los somníferos no van a ayudarle a no soñar -advirtió.
Hubo una pausa. El bolígrafo planeaba sobre la receta sin posarse. Los ojos del médico observaban a Rulfo.
-¿Dice que siempre es la misma pesadilla?...¿Quiere contármela?
-Contada no es igual.
-Prueba, de todas formas. (Pág. 13-16)

domingo, 30 de mayo de 2010

Tomàtigues - Miquel Barceló

1995, Técnica mixta sobre tela, expresionismo¿?

Quisiera ser convexo - Gerardo Diego

Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto.

Guía del Autoestopista Galáctico - Douglas Adams

El aerodeslizador los impulsó a velocidades que excedían de R17 por los túneles de acero que llevaban a la pasmosa superficie del planeta, ahora sumida en otro lóbrego crepúsculo matinal. Una horrible luz grisácea petrificaba la tierra.
R es una medida de velocidad, considerada razonable para viajar y compatible con la salud, con el bienestar mental y con un retraso no mayor de cinco minutos. Por tanto, es una figura casi infinitamente variable según las circunstancias, ya que los dos primeros factores no sólo varían con la velocidad considerada como absoluta, sino también con el conocimiento del tercer factor. A menos que se maneje con tranquilidad, tal ecuación puede producir considerable tensión, úlceras e incluso la muerte.
R17 no es una velocidad fija, pero sí muy alta.
El aerodeslizador surcó el espacio a R17 y aún más, dejando a sus ocupantes cerca del Corazón de Oro, que estaba severamente plantado en la superficie helada como un hueso calcinado, y luego se precipitó en la dirección por donde los había traído, probablemente para ocuparse de importantes asuntos particulares..
Miraron los cuatro la nave, tiritando.
Junto a ella, había otra.
Era la nave patrulla de Blagulon Kappa, bulbosa y con forma de tiburón, de color verde pizarra y apagado; tenía  escritos unos carácteres negros, de varios tamaños y diversas cotas de hostilidad. La leyenda informaba a todo aquel que se tomara la molestia de leerla de la procedencia de la nave, de a qué sección de la policía estaba asignada y de adónde debían acoplarse los repuestos de energía.
En cierto modo parecía anormalmente oscura y silenciosa, hasta para una nave cuyos dos tripulantes yacían asfixiados en aquel momento en una habitación llena de humo a varios kilómetros debajo del suelo. Era una de esas cosas extrañas que resultan imposibles de explicar o definir, pero que pueden notarse cuando una nave está completamente muerta.
Ford lo notó y lo encontró de lo más misterioso: una nave y dos policías habían muerto de forma espontánea. Según su experiencia, el Universo no actuaba de aquel modo.
Los demás también lo notaron, pero sintieron con mayor fuerza el frío intenso y corrieron al Corazón de Oro padeciendo de un ataque agudo de falta de curiosidad.
Ford se quedó a examinar la nave de Blagulon. Al acercarse, casi tropezó con un cuerpo de acero que yacía inerte en el polvo frío.
- ¡Marvin! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo?
- No te sientas obligado a reparar en mí, por favor -se oyó una voz monótona y apagada.
- Pero ¿cómo estás, hombre de metal? -inquirió Ford.
- Muy deprimido.
- ¿Qué te pasa?
- No lo sé -dijo Marvin-. Es algo nuevo para mí.
- Pero ¿por qué estás tumbado de bruces en el polvo? -le preguntó Ford, tiritando y poniéndose en cuclillas junto a él.
- Es una manera muy eficaz de sentirse desgraciado -dijo Marvin-. No finjas que quieres charlar conmigo, sé que me odias.
- No, no te odio.
- Sí, me odias, como todo el mundo. Eso forma parte de la configuración del Universo. Sólo tengo que hablar con alguien y enseguida empieza a odiarme. Hasta los robots me odian. Si te limitas a ignorarme, creo que me marcharé.
Se puso en pie de un salto y miró resueltamente en dirección contraria.
- Esa nave me odiaba - dijo en tono desdeñoso, señalando a la nave de la policía.
- ¿Esa nave? -dijo Ford, súbitamente alborotado-. ¿Qué le ha pasado? ¿Lo sabes?
- Me odiaba porque le hablé.
- ¡Que le hablaste! -exclamó Ford-. ¿Qué quieres decir con eso de que le hablaste?
- Algo muy simple. Me aburría mucho y me sentía muy deprimido, así que me acerqué y me conecté a la toma externa del ordenador. Hablé un buen rato con él y le expliqué mi opinión sobre el Universo -dijo Marvin.
- ¿Y qué pasó? -insistió Ford.
- Se suicidó -dijo Marvin, echando a andar con aire majestuoso hacia el Corazón de Oro. (Págs. 187-189)

sábado, 29 de mayo de 2010

¿Fue él? - Stefan Zweig

   En lo que a mí respecta, puedo decir que estoy segura de que él fue el asesino, aunque me falta la última prueba, la irrefutable.
   -Betsy- me dice siempre mi marido-, eres una mujer inteligente, eres aguda y rápida observando, pero te dejas llevar por tu temperamento y a menudo juzgas con demasiada precipitación.
   Al fin y al cabo, mi marido me conoce desde hace treinta y dos años y tal vez, sí, es más que probable que tenga razón en su advertencia. De modo que debo hacer un esfuerzo y dominarme, para ocultar mi sospecha ante todos los demás pues me falta la última prueba. Pero cada vez que me cruzo con él y viene a mi encuentro, leal y complaciente, el corazón se me para. Y una voz interior me dice: él y solo él fue el asesino. (Pág.5)

domingo, 23 de mayo de 2010

El Blog del Inquisidor - Lorenzo Silva

Las personas, según mi teoría, se dividen en dos grandes grupos. Un primer grupo vienen a formarlo los que podemos llamar los contables.
¿Los contables?
Creo que es la palabra que mejor los describe. Son esas personas que siempre llevan la cuenta de todo, tanto en sus actos como en los de los demás. Para ellos todo tiene su contrapartida, y sin ella, carece de sentido. Les gusta que cada peso tenga su contrapeso. Que todo cuadre.
Vale. Deduzco que ése no es mi grupo. Menos mal.
No pienses que se trata de una etiqueta peyorativa. Los contables son personas con rasgos admirables, y capaces de cosas admirables también. Tienen sentido de la justicia, del orden, del equilibrio. Suelen ser fiables, coherentes, eficaces, y esforzarse siempre por corresponder con el bien a los bienes que reciben. No dejarán nunca de pagar una deuda, y nunca se les olvidará lo que prometieron. Son atentos, detallistas: sus madres saben que siempre las felicitarán por su cumpleaños. Tienen capacidad de anticipación, sentido de la estrategia. Por eso saben organizarse y sirven como nadie para organizar a los demás.
Ya veo... ¿Y la cruz?
Como la cara, depende de la persona. Pueden ser intransigentes. Pueden ser también avaros, o codiciosos. Y tienen una cierta propensión al resentimiento. Ellos suelen cumplir lo que se espera de ellos, pero no es difícil que otros no cumplan lo que ellos esperan. Y su sentido de la contrapartida entra aquí en juego de forma implacable.
Me alegro de ser lo otro. Sea lo que sea.
Muy pronto lo dices. Espera y no juzgues tan deprisa. Además, en muchas coyunturas de la vida, ayuda a tener un contable a mano.
Pero serlo...
También. No te precipites, Theresa. Todavía no te he dicho cómo llamo a los del segundo grupo. Al que pertenecemos tú y yo.
A ver, sorpréndeme.
El otro grupo es el de los que llamaremos los pródigos.
Intuyo que la palabra no está escogida al azar.
No. Los pródigos son aquellos que, al revés que los contables, se despreocupan de llevar la cuenta de lo que hacen, y de lo que les hacen. No es una decisión, simplemente carecen de esa capacidad. Pueden muy bien deslumbrar aquí, y fallar completamente allá. Son malos para calcular, para equilibrar, para corresponder. No es que las cosas no les cuadren. Es que se empeñan en descuadrarlas, una y otra vez.
Vaya, ¿y no hay un término medio?
No. Esto es pura lógica binaria. Uno o cero. En cada uno de nosotros predomina uno de los dos: el contable o el pródigo. Y eso no quiere decir que no tengamos rasgos del opuesto, de los que podemos servirnos frente a las vicisitudes cotidianas. Pero en las verdaderas encrucijadas, en las crisis, y en definitiva, allí donde cuenta lo que somos en lo más profundo, nos manifestamos como lo uno o como lo otro.
Creo que lo capto. Tienes razón. Soy pródiga. Y no me molesta.
Claro. Los pródigos tienen, qué duda cabe, una faceta muy atractiva. Pueden ser brillantes, ocurrentes, creativos. También tienden a ser generosos, apasionados, cálidos. Si les pides un pan no se pararán a contar cuántos otros panes les quedan en la despensa. Nunca miden el afecto, la amistad o la compasión. Y nunca se limitarán a cumplir el plan establecido o a seguir la vía marcada. Siempre mirarán hacia los lados. Y lo que allí encuentran no suelen verlo los contables.
¿Pero?
Pero no llevar la cuenta también juega malas pasadas. Por falta de celo, por descuido, pueden llegar a ser muy desconsiderados. No es difícil que se distraigan, y tampoco que dejen de prever lo que deberían haber previsto, exponiéndose y exponiendo a otros a consecuencias desagradables que habrían podido evitar con un poco de cuidado. Pueden arruinarse con facilidad, por sus pocas dotes para administrarse. Y no poco de ellos (todos los pródigos, en realidad, en algún momento de su vida)se comportan de forma incomprensible y temeraria.
Incomprensible y temeraria para los contables, quieres decir.
Y para los propios pródigos, cuando caen en la piscina sin agua.
Lo que me hace pensar en tu confesión...
Por eso quería esperar a hacerla, para responder a tu pregunta. Ahora puedes valorar mejor por qué me convenciste con esa frase.
¿Te convenció eso, el hecho de considerarme una de los tuyos?
Por supuesto. A una contable no habría tenido ningún sentido que le contase mi historia. Me consta que no la habría entendido.
Es posible que no.
Y está en su derecho, además. No somos mejores que ellos. Podemos cosas que ellos no pueden, del mismo modo que ellos pueden cosas que nosotros no podemos. Lo único que hay que hacer es tener cuidado, antes de mezclarse más de la cuenta. No hay nada escrito, ni regla sin excepción: existen situaciones, momentos, incluso se dan a veces circunstancias duraderas en que un pródigo y un contable puden complementarse, prestarse sus respectivos talentos y suplirse sus respectivas carencias. Pero en ciertos órdenes delicados de la vida, a la larga, tienen muchas probabilidades de no hacer buena pareja.
¿Ciertos órdenes delicados de la vida?
Allí donde se cala en lo profundo. Donde inevitablemente surgen cuestiones que unos y otros no vemos ni sentimos del mismo modo.(Págs. 183-187)

martes, 4 de mayo de 2010

Eric Fischl - Escenas Desde el Último Paraiso: Beached


(2007),Óleo sobre lino, Neoexpresionismo-Bad Paingting

Rafael Alberti - La paloma

Se equivocó la paloma
se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur
creyó que el trigo era agua,
se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba.

Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.

Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana
se equivocaba,
se equivocaba.

Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba...

martes, 20 de abril de 2010

Habanera De Los Ojos Cerrados - Pasión Vega

He cerrado los ojos...
veo tu playa
como un manto que cubre...
a las murallas
la brisa me ha traído...
dama de noche
y un vigía velando...
desde una torre

Estrellitas dormidas...

sobre las barcas.
un levante travieso
entre las faldas
el beso de las olas
y de las rocas
las eternas gaviotas
siempre tan locas.

Las campanas tan serias

y tan cumplidas
que sin ellas no hay tardes
ni buenos días
Castillos que se hablan
con lunas llenas
y una cigüeña libre
sobre La Pepa

Chiquillo con churretes

Santa María
palmita del viñero
ella te guia
las bombitas que tiran
los fanfarrones
un poeta que quiere salir de pobre.

Ummmmm

Ahhhhhhh
Mi corazón contigo se queda
ahí te lo mando
con la marea ahhhh
En cuando enciende
tu plata fina
ay amor mio
iré enseguida

He cerrado los ojos

veo al lorenzo
copulitas azules
con azulejos
casitas de colores
gracia infinita
vigas con golondrinas
la tía norica

arboles milenarios

el mar enfrente
aunque niña es la vieja
del occidente
los bracitos abiertos
de una atalaya
he cerrado los ojos
veo tu playa

Mmmmmm

ahhhhhh
mi corazón contigo se queda
ahí te lo mando
con la marea
En cuanto enciendas tu plata fina
ay amor mio
iré enseguida.

He cerrado los ojos...

domingo, 11 de abril de 2010

La sombra de mi alma - Federico García Lorca

La sombra de mi alma
huye por un ocaso de alfabetos,
niebla de libros
y palabras. 

¡La sombra de mi alma! 

He llegado a la línea donde cesa
la nostalgia,
y la gota de llanto se transforma
alabastro de espíritu. 

¡La sombra de mi alma!

El copo del dolor
se acaba,
pero queda la razón y la sustancia
de mi viejo mediodía de labios,
de mi viejo mediodía
de miradas. 

Un turbio laberinto
de estrellas ahumadas
enreda mi ilusión
casi marchita. 

¡La sombra de mi alma! 

Y una alucinación
me ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
desmoronada. 

¡Ruiseñor mío!
¡Ruiseñor!
¿Aún cantas?

domingo, 4 de abril de 2010

Los ocho meses de Becquett

A buen hambre no hay pan duro

Fibonacci on the stone

Noticias de la Noche - Petros Márkaris

   Cada mañana, a las nueve, nos observamos. Él permanece de pie ante mi escritorio, mirándome fijamente, no a los ojos sino un poco más arriba, justo en medio de la frente. 'Soy un cretino', me dice, aunque no lo expresa con palabras.
   Yo, sentado detrás de la mesa de mi despacho, le clavo la mirada en los ojos, ni más arriba ni más abajo: licencias de rango. 'Sé que eres un cretino', le transmito, aunque tampoco pronuncio ni una palabra y es mi mirada la que habla. Mantenemos esta conversación diez meses al año -con la salvedad de los dos meses correspondientes a nuestras vacaciones- cinco días por semana, de lunes a viernes, sin intercambiar palabra alguna. 'Soy un cretino'. 'Sé que eres un cretino'.
   A cada comisaria le corresponde cierto porcentaje de fracasados. No vas a tener sólo lumbreras, también has de cargar con algunos zoquetes. Zanasis pertenece a la segunda categoría. Entró en la Academia de Oficiales de Policía, pero dejó los estudios colgados. Le costó Dios y ayuda alcanzar el grado de cabo, y con eso se quedó, sin ambición de progresar. Desde su primer día en Jefatura, se cuidó de dejar bien claro que era un cretino, y yo lo valoré en su justa medida. Su franqueza, en efecto, lo libró de misiones difíciles, noches en vela, redadas policiales, persecuciones. Me lo quedé para el despacho. Algún que otro interrogatorio facilito, archivos, contactos con el forense o el ministerio. No obstante, dadas las deficiencias crónicas del personal y las carreras contrarreloj, él se ocupa de recordarme cada día que es un gilipollas, para que no vaya a encontrarse por error en algún coche patrulla.
   Echo un vistazo a mi mesa y no veo el cruasán ni el café. Ésta es su única misión fija: traerme cada mañana el café y el cruasán. Levanto la cabeza y lo miro extrañado.
   -¿Qué ha pasado hoy con mi desayuno, Zanasis? ¿Te has olvidado?
  Cuando entré en el cuerpo desayunábamos rosquillas de pan y limpiábamos la mesa con la mano para quitar las semillas de sésamo, y al otro lado se sentaba algún Dimos o Meños o Lambros: asesinos, rateros o vulgares carteristas.
   Zanasis sonríe.
   -Ha llamado el señor director. Quiere verlo enseguida, y he pensado que se lo traería después.
   Será por lo del albanés. Había estado merodeando por la casa de la pareja que encontramos asesinada el martes al mediodía. Aunque la puerta de la vivienda llevaba abierta toda la mañana, no había entrado nadie. ¿Quién iba a meterse en una chabola sin enlucir, con una ventana sin postigos y la otra tapada con tablas? Ni los ladrones se dignarían a mirarla. Finalmente, en torno al mediodía, una vecina curiosa que se dio cuenta de que la puerta había estado abierta toda la mañana y de la que no había ninguna señal de vida, entró para echar un vistazo. Tardó una hora en llamarnos porque se desmayó. Cuando llegamos nosotros, dos mujeres seguían tratando de calmarla rociándola con agua, como se hace con los pescados para que mantengan su aspecto fresco.(Págs. 9-10)