miércoles, 13 de agosto de 2014

La selva de las almas - Jean-Christophe Grangé

18
...
 Jeanne vació la copa y soltó un pequeño hipido. Un ardor ácido en el fondo de la garganta. De repente, se sintió triste. Un camarero les trajo la carta de postres. Jeanne rehusó. Aubusson pidió dos copas más.
—¿Sabes? —prosiguió él con un tono más jovial—, en estos momentos estoy estudiando un pequeño problema. Una modificación que hizo Rimbaud en uno de sus poemas: «Ha sido encontrada. / —¿Qué? —La eternidad. / Es la mar / mezclada con el sol».
Jeanne no se acordaba exactamente del poema, pero sobre todo le traía a la mente una imagen. La del último plano de Pierrot el loco de Jean-Luc Godard. La línea del horizonte. El sol deslizándose en el mar. Las palabras en off de Rimbaud pronunciadas en voz baja por Anna Karina y Jean-Paul Belmondo...
—Querrás decir: «Es la mar, que se fue con el sol».
—No, justamente no. Rimbaud publicó dos veces ese cuarteto. La primera, en un poema titulado «La eternidad». La segunda, más tarde, en Una temporada en el infierno. Primero había escrito: «Es la mar, que se fue con el sol». Luego: «Es la mar, mezclada con el sol». En ese cambio, se pierde la idea de movimiento. Es una pena. Lo hermoso, en la versión inicial, es la idea de que la eternidad sea el resultado de un encuentro. Un infinito en camino hacia otro. A mi edad, lo que seduce son las ideas. Como si la muerte no fuese algo abrupto, sino una curva, un arco. Una pendiente suave...
—En tu opinión, ¿por qué lo cambió?
—Quizá porque sentía que iba a morir joven y no conocería ese movimiento. Rimbaud era un mensajero con prisas.
Jeanne alzó su copa:
—¡Por el cartero Rimbaud!

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