sábado, 1 de enero de 2011

Y la cajera lloró

A tí lector que te sé sensible te pondré en antecedentes porque los mereces.
Demos por hecho que estas Fechas tienen la particularidad de volvernos más introspectivos, las afrontamos con cierta disposición o indisposición, pero nunca con indiferencia. Son días que marcan el calendario de nuestra vida, sabiendo que cada año son y estan. Semanas que nos sirven para hacer balance y formular propósitos. Para agasajar al padre, al hermano, al amigo; también para agasajarnos a nosotros mismos. El deleite del paladar, de la exhibición de nuestra persona y el despilfarro, más o menos ordenado, de nuestros bienes materiales. ¿Cómo organizo las comidas? ¿Qué menú tomaremos? ¿Cómo me voy a vestir? ¿Qué voy a regalar? ¿Qué voy a pedir? Muchas son las incognitas que tendremos que despejar en la ecuación de la Navidad. Algunos elevan estas ecuaciones hasta el infinito y más allá, mostrándo al final una amargura que le supera aún a su pesar. Bien porque en el fondo maldita la gana que tenían de resolver este dilema, bien porque el resultado no cubre sus apuestas. Así pues, sumergidos en este torbellino, es improbable salir incólumes, pues los sentimientos que normalmente se limitan a comparños en nuestro día a día, suelen adueñarse un poco de nosotros mismos, y volverse hasta un poco tiranos, si me apuras. Estos son los antecedentes y esta es la historia:
Antes de ayer por la tarde.noche me acerqué hasta el súper en busca de pan para la cena. Pan que se terminó conviertiendo en tres bolsas abarrotadas de géneros varios, más o menos prescindibles, a la hora de pasar por la caja. Me coloqué en una fila, y una de las chicas me sugirió que me pusiera en la de al lado, vacía, para no tener que esperar. Gustosamente lo hice. Mientras ella cobraba y yo guardaba la mercancía, la cajera de al lado le dijo textualmente: '¡Ay mi chocho gordo que hoy no ha merendado!', al tiempo que le daba un enorme beso-abrazo.( Hago aqui una puntualización para aquel lector que no sepa que muchos andaluces utilizan la expresión 'chocho' para dirigirse cariñosamente a una mujer y que no tiene una connotación soez, ni grosera, a pesar de lo que pueda parecer.) Tanto la homenajeada como yo, repetimos a la vez '¿gordo?'. Pues es I. una mujer menuda y delgada. La aduladora, se limitó a sonreirle y simular un pellizco complice en la mejilla, después se perdió por alguno de los pasillos del supermercado, pues a aquella hora no había nadie más pendiente de pasar por  caja. Cual no fue mi sorpresa al observar que unas lágrimas irrefrenables asomaban a los ojos de quien me estaba preguntando con trémula voz si tenía la tarjeta Travel a la hora de pagar. Visto lo visto, y oído lo oído, no pude refrenar mi lengua y preguntarle qué le pasaba. Mientras ella me contestaba que no era nada, se le iba poniendo la naríz más y más colorada, y los ojos más y más anegados. De veras que me sentí fatal, y ella lo debió percibir así pues se animó a contarme el motivo: 'Lloro por el gato'. Yo dí un respingo interior, y me pregunté si esa era la respuesta que me merecía por meterme donde no me llamaban, pero continuó hablando:
 - Estaba enfermo. Dicen que tenía SIDA. Que podía infectar a los demás gatos. Yo no me lo creo. Yo le daba cada día de comer, y cuando salía a tomarme la merienda, siempre estaba conmigo. Pero es mentira. Lo han matado porque era más barato matarlo que curarlo. He hablado con el veterinario que le puso la inyección. Le he pedido que me enseñara los análisis que dijeran que tenía SIDA. No me ha enseñado nada. Estaba enfermo y era más sencillo matarlo que cuidarlo. Pero ya está. Es una tontería ¿lo ves?Sólo era un gato.'
Mientras me iba contando balbuciente esta historia, yo no dejaba de pensar en la Rumana apostada a diario frente a las puertas del supermercado pidiendo limosna, como en ese mismo instante. Intentaba sacar conclusiones morales a toda prisa, porque os aseguro que no sabía ni qué cara poner, ni qué decir. Pensad que todo esto sucedió en poquísimos minutos. Que en un plis-plas, había pasado de la sonrisa que me provocó oir  la expresión 'chocho gordo' a la estupefacción provocada por la frase 'lloro por el gato'. Una cosa era bien cierta, estábamos en vísperas de Noche Buena y la mujer estaba muy emocionada, así que no pude evitar darle 'el pésame' que en ese momento necesitaba oir; no pude llamarla 'chocho gordo', ni le pellizqué cariñosamente la mejilla, pero estaba claro que quien lo había hecho había acertado. Ya al dirigirme hacia el coche y pasar por delante de la mujer, que sentada en la oscuridad y al frío de la noche, seguía alargando sin mucha convicción la mano pedigüeña; me zambullí de nuevo en la dicotomía de la realidad: ¿cómo llorar tan amargamente por un gato callejero cuando la necesidad humana llamaba tan palpablemente a las puertas del supermercado a diario? En esas tribulaciones anduve conduciendo hacia casa, pero de pronto se encendió la bombilla, el quit de la cuestión no estaba en que hubieran matado al gato, el quit de la cuestión estaba en que el gato estaba enfermo, y a causa de esa misma enfermedad le habían puesto la inyección fatal. Quizás os preguntéis cómo llegué a la conclusión y os lo voy a aclarar: I. tiene una hija de diecisiete años con necesidades educativas especiales. Mucho debe haber luchado y sufrido por ella a lo largo de este tiempo y no albergo la menor duda del paralelismo que aún inconscientemente estableció. 'Era más barato matar al gato que curarlo' dijo con hondo pesar. Quizás con un oscuro temor por el futuro de su hija, pues corren tiempos en que la belleza y perfección del cuerpo han alcanzado unas cotas absurdas en nuestra sociedad. Fue en este momento cuando ví claramente que la piedad que ella sentía no era ni frívola, ni exagerada, porque al fin y a la postre, tal vez y digo tal vez, la Rumana tenía más posibilidades de salir adelante que el gato. 

En estos días tan señalados Felices Fiestas.
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P.S.: Wara, tú que eras tan amante de las letras, donde quiera que estés, espero que hayas disfrutado de éstas.

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