Al cruzar palabras estos días con Elizabetta no he podido dejar de acordarme de su tocaya literaria y protagonista de una de las historias de amor más desgarradora de todos los tiempos.
Quién se haya acercado a las páginas de Stoker conocerá de primera mano la esencia de Drácula y no dejará de conmoverse por el motivo que justifica su razón de ser: 'el amor'.
Un amor trágicamente perdido como consecuencia directa de una matanza indiscriminada en nombre de Dios. Una matanza que retomará a través de los tiempos, contraviniendo las leyes de ese mismo Dios, con la única y exclusiva finalidad de reunirse en vida con su amada.
Me he acercado a esta historia como muchos de vosotros a través del séptimo arte. Un arte que, si bien hizo un gran daño al personaje, consiguió al tiempo perpetuarlo en nuestra memoria. ¡Cuántas pesadillas infantiles le deberé! Ver a aquel vampiro que únicamente la estaca en el corazón era capaz de aniquilar. Un vampiro seductor de inocentes doncellas que morían irremediablemente por sucumbir a sus siniestros encantos. Cuántas veces no habré echado de menos tener una cabeza de ajos en mi mesilla que me salvara 'en caso de que...'
Menos mal que llegó Coppola y le hizo justicia; menos mal que Oldman y Winnona consiguieron unas interpretaciones irreprochables; con unos secundarios de lujo; una ambientación y atmósfera insuperable; y un tema musical que consigue retrasmitir una melancolía infinita.
Y menos mal que está ahí la obra original, alcance de nuestra mano, para trasladarnos a un espacio atemporal donde el amor lo justifica todo por encima de Dios y el Mundo.
Y menos mal que está ahí la obra original, alcance de nuestra mano, para trasladarnos a un espacio atemporal donde el amor lo justifica todo por encima de Dios y el Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario