Lydia se fue a dormir. Como Sofia ya había recogido sus escasas pertenencias se quedó un rato junto al fuego. Enseguida oyó que Lydia se había dormido.
Sofía estaba sentada mirando las llamas. Y ahora aparecían todas las caras con claridad. Ahí estaba Hapakatanda. De pronto Sofía pudo verse a sí misma de muy pequeña. La levantaban muy alto por encima del suelo y Hapakatanda le enseñaba el sol. Ahí estaba Muazena, ahí estaba Maria. Sofía pensó que quizá no importaba mucho estar vivo o muerto. De todos modos pertenecías a la misma familia.
Ahora comprendía cuál era el secreto del fuego.
Era en él donde podía encontrarse con todos los que le pertenecían. Ya estuviesen vivos o muertos, ya vivieran cerca o en algún lugar lejano. En el fuego todo quedaba guardado. (Pág. 137)
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