viernes, 2 de octubre de 2009

La 1ª Agencia de Mujeres Detectives - Alexander McCall Smith

Capítulo 11
Grandes culpas, coches grandes

   Habían pasado tres días desde la satisfactoria resolución del caso Patel. Mma Ramotswe había enviado su factura por dos mil pulas, más gastos, y había recibido el dinero a vuelta de correo. Esto le sorprendió sobre manera. Le parecía increíble que alguien pagara semejante suma sin protestar, y la rapidez y la aparente alegría con que el señor Patel había abonado la factura le produjeron punzadas de culpa por la cuantía de los honorarios.
   Era curioso, pensó Mma Ramotswe, que ciertas personas tuvieran un sentido muy acusado de la culpabilidad mientas que otros carecían por completo de él. Unos podían angustiarse por haber cometido un simple desliz, mientras que otros se quedaban tan campantes tras haber incurrido en grave deslealtad o traición. Mma Pekwane, pensó, entraba en la primera categoría; Note Moloki en la segunda.
   Mma Pekwane parecía muy preocupada cuando se presentó en la 1ª Agencia de Mujeres Detectives. Mma Ramotswe le había dado a tomar un té rooibos muy cargado, como tenía por costumbre con los clientes nerviosos, y había esperado a que la mujer estuviese en condiciones de hablar. Estaba ansiosa por culpa de un hombre, le pareció, los síntomas eran claros. ¿Qué sería esta vez? Mal comportamiento masculino, cómo no, pero ¿qué, en concreto?
   -Me temo que mi marido pueda haber hecho una cosa terrible -dijo al cabo Mma Pekwane-. Siento mucha vergüenza ajena.
   Mma Ramotswe asintió levemente con la cabeza: mal comportamiento masculino.
   -Los hombres hacen cosas horribles -dijo-. No es usted la única mujer preocupada por su marido, se lo aseguro.
   -Pero es que mi esposo ha hecho una cosa horrible -insistió Mma Pekwane-. Una cosa espantosa.
   Mma Ramotswe se puso rígida. Si Rra Pekwane había matado a alguien, tendría que dejarle claro a su mujer que esto era asunto de la policía. Como detective privado no podía, de ninguna de las maneras, ayudarla a encubrir a un asesino.
   -¿Y qué cosa tan terrible es ésa?- preguntó.
   Mma Pekwane bajó la voz:
   - Ha robado un coche.
   Mma Ramotswe respiró aliviada. El robo de coches estaba muy extendido, y seguro que había muchas mujeres en Gaborone que conducían coches robados por sus maridos. A ella no se le ocurriría nunca conducir un coche robado, desde luego, y se imaginaba que Mma Pekwana tampoco sería capaz.
   -¿Le ha dicho él que el coche es robado? -preguntó-. ¿Está segura?
   Mma Pekwane negó con la cabeza.
   -Me dijo que se lo había regalado un hombre; que ese hombre tenía dos Mercedes Benz y sólo necesitaba uno.
   Mma Ramotswe se echó a reír.
   -¿En serio creen que pueden engañarnos tan fácilmente? -dijo-. ¿Nos toman por idiotas?
   -Me parece que sí -dijo Mma Pekwane.
   Mma Ramotwe cogió un lápiz y trazó varias líneas en su cartapacio. Al mirar los garabatos, vio que había dibujado un coche.
   -¿Quiere que yo le diga lo que debe hacer? -preguntó-. ¿Es eso lo que quiere?
   -No -respondió Mma Pekwane tras pensarlo un poco. No es lo que quiero. Ya he decidido lo que quiero hacer.
   -Cuénteme.
   -Quiero devolver el coche. Quiero devolvérselo a su dueño.
   Mma Ramotswe se incorporó un poco de la silla.
   -Entonces ¿ha pensado ir a la policía?, ¿denunciar a su marido?
   -No. Eso no. Sólo quiero que el coche vuelva a su propietario, sin que se entere la policía. Quiero que el Señor sepa que el coche está donde tiene que estar.
   Mma Ramotswe miró a su cliente a los ojos. Tenía que admitir que lo que pedía era algo perfectamente razonable. Si el coche era devuelto a su dueño, Mma Pekwane tendría la conciencia limpia y así conservaría a su esposo. Tras madurarlo un poco, le pareció que era un a excelente manera de abordar una situación difícil.
   -Pero entonces ¿por qué ha venido a verme? -preguntó-. ¿Cómo puedo yo ayudarla?
   Mma Pekwane le dio la respuesta sin vacilar.
   -Quiero que averigüe de quién es el coche -dijo-. Luego quiero que se lo robe usted a mi marido y lo devuelva a su justo propietario. Eso es lo que quiero que haga. (Págs. 143-146)

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