viernes, 9 de octubre de 2009

La Princesa de Hielo - Camilla Läckberg


    
   El montón de ropa que inundaba la cama de Erica estaba en pie de igualdad con el de Patrik. Incluso podía decirse que lo superaba ligeramente. El armario empezaba a estar vacío y había varias perchas que tintineaban en la barra. Suspiró abatida. Nada le sentaba del todo bien. Los Kilos extra que había engordado en las últimas semanas hacían que nada le quedase como ella quería. Aún lamentaba con amargura haberse pesado aquella mañana, y se maldecía por ello. Erica escrutó con mirada crítica la imagen que le devolvía el espejo.
   El primer dilema se le presentó después de la ducha cuando, igual que su heroína favorita, Bridget Jones, se vio ante la elección de qué braguitas ponerse. ¿Debía elegir su precioso tanga de encaje, por si se presentaba la remota ocasión de que ella y Patrik acabasen en la cama? ¿O, por el contrario, sería más acertado ponerse esas bragas enormes y horrendas con sujección para la tripa y el trasero, que incrementarían considerablemente las posibilidades de que Patrik y ella acabasen en la cama? Difícil elección. Sin embargo, teniendo en cuenta la envergadura de la tripa, resolvió por fín ponerse la variante favorecedora. Y, sobre ellas, unas medias también de sujección. En otras palabras, la artilleria pesada.
   Miró el reloj y comprendió que ya era hora de decidirse. Tras echar un vistazo al montón de ropa que había en la cama, sacó de debajo la primera prenda que se había probado. El negro la hacía más delgada y el clásico vestido por las rodillas, modelo recuperado del viejo estilo Jackie Kennedy, favorecía su figura. Las únicas joyas que se puso fueron unos pendientes de perlas y el reloj de pulsera y se dejó el pelo suelto. Se colocó ante el espejo de perfil y metió la tripa. Y sí, con ayuda de la combinación braguitas-faja, medias-faja y respiración contenida, su aspecto resultaba bastante aceptable. Así tuvo que admitir que los kilos extra no eran tan perjudiciales. Podría vivir sin los que habían ido a parar a la tripa, pero el que se había distribuido por los pechos hacía que una hendidura bastante homogénea se dejase ver por el escote del vestido. Cierto que con la ayuda de un sujetador con relleno, pero esos remedios debían ser de uso generalizado hoy en día. Además, el que ella llevaba había sido confeccionado según los últimos avances tecnológicos, con silicona en los cascos, lo que provocaba un balanceo del pecho muy similar al natural. Un magnífico exponente del éxito de la ciencia en el servicio del ser humano.
   El estrés provocado por la sesión de prueba y los nervios habían hecho que empezasen a sudarle las axilas, así que volvió a lavarse con un suspiro de abatimiento. Casi veinte minutos le llevó conseguir un maquillaje perfecto y, cuando estuvo lista, se dió cuenta de que la decoración de su persona le había llevado más tiempo del deseable y de que debería haber empezado a ultimar la comida antes. Rápidamente, empezó a ordenar la habitación. Le habría llevado demasiado tiempo volver a colgar la ropa en las perchas, de modo que, simplemente, tomó el montón tal y como estaba y lo dejó caer en el suelo del armario antes de cerrar la puerta. Por si acaso, hizo la cama y echó una ojeada para comprobar que no se había dejado tiradas por el suelo ningunas bragas del revés. Un par de bragas sucias de la marca Sloggi podían hacer que cualquier hombre perdiese el apetito.
   Con el corazón en un puño, se apresuró a la cocina, pero estaba tan estresada que se sentía aturdida, sin saber por dónde empezar.
   [...]Trabajó sin descanso durante una hora y media y, cuando sonó el timbre, dio un respingo, sobresaltada. El tiempo había pasado demasiado rápido y esperaba que Patrik no estuviese muerto de hambre, pues la comida tardaría aún un buen rato en estar lista.
   Erica iba ya camino de la puerta cuando cayó en la cuenta de que todavía llevaba puesto el delantal y el timbre volvió a oírse antes de que ella hubiese logrado deshacer el lazo que, con esfuerzo, había conseguido hacerse a la espalda. Lo desató, por fin, se quitó el delantal y lo dejó en una silla que había en el vestíbulo. Se pasó la mano por el pelo, se recordó que debía meter tripa y respiró hondo antes de abrir la puerta con una sonrisa.
   -¡Hola Patrik! Bienvenido. (Págs. 195-197)

 

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