El tercer cadáver apareció en la cubierta de su propio yate y resultó ser bastante feo.
No sólo por el bigote, adherido a una de esas caras redondas y dentonas que no admiten ornamentos pilosos. Ni tampoco el voluminoso cuerpo desnudo, que habría podido confundirse con el de un cetáceo de no ser por el champiñón que le remataba el abdomen a modo de genital externo -exactamente como el pitorro de un flotador en forma de manatí-. El tercer cadáver era feo, sobre todo, porque parecía respirar; ése era el efecto que causaba el movimiento de la marea al mecerle la panza en un vaivén gelatinoso. Sin embargo, a cambio de esa turbadora apariencia de jadeo post mortem, no se percibía rastro de sangre o heridas y la expresión de la cara bigotuda era sonriente, placentera, diríase que de una felicidad emparentada con la estulticia.
El inspector y Maestro Sakamura se había detenido a unos metros de la tumbona de teca en la que yacía aquel muerto feo y feliz. Permaneció inmóvil unos segundos: los diminutos pies ligeramente separados las manos a la espalda, escudriñando con sus ojillos rasgados que destellaban en la penumbra de la cubierta entoldada como dos cabezas de alfiler. Cualquiera de sus colegas de la Brigada de Investigaciones Especiales con sede permanente en Lyon, Francia, habría sabido que el inspector estaba fotografiando mentalmente la escena. Ciertamente, el fotógrafo de los Mossos d'Esquadra ya había tomado varias docenas de instántaneas desde todos los ángulos imaginables, pero ni las más avanzadas cámaras digitales de la policía autonómica catalana podían competir con los retratos en 3D que registraba la memoria visual del venerable Maestro Zen enviado por la Interpol.
A su lado en la cubierta del yate, el cabo de la Guardia Civil Rafael Corrales aseguró en un gesto inconsciente la banderita española adhesiva que adornaba el broche de su reloj del Real Madriz. Mientras tanto, aventuró una explicación para aquella inaudita proliferación de cadáveres risueños:
-Esto va a ser de las medusas, lo que yo le diga.
Pero el inspector Sakamura pidió silencio moviendo los brazos en un lento y elástico giro, que parecía haber sido perfeccionado durante años y, a fin de completar su análisis organoléptico, olfateó el aire con leves movimientos de sus aletas nasales.( Pág. 9-10)
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