La primera vez que vio a Marisa Mallo fue como si hubiese salido de la caja de membrillo para pasear por la feria grande de Fronteira. Habían ido a vender un cerdo y patatas tempranas. De la aldea del pueblo había que andar tres kilómetros por senderos de lama. El padre iba delante, con su sombrero de fieltro y la pequeña en los brazos, detrás de la madre con el pesado cesto en la cabeza y él en medio, tirando del puerco que iba atado con un cordel a la pata. Para su desesperación, el animal intentaba constantemente hozar en el lodo y cuando llegaron a Fronteira parecía un enorme topo. Su padre le dio una bofetada.¿Quién va a comprar este bicho? Y allí estaba él, en la feria, limpiando la costra con un manojo de paja, cuando alzó la cabeza la vio pasar. Destacaba como una dueña entre el ramillete de las otras chicas, que parecían acompañarla sólo para que la señalasen con el dedo y dijesen ésa es la reina. Iban y venían como bandada de mariposas, y él las seguía con la mirada, mientras su padre blasfemaba porque nadie iba a comprar aquel cerdo tan sucio, y todo por su culpa. Y él soñaba que el marrano era un cordero, y que ella se acercaba y le peinaba los rizos con sus dedos. Habría que venderte a ti, y no al cerdo, murmuraba su padre. Si es que alguien te quisiera.
Mi padre era así. Si empezaba el día maldiciendo, ya no tenía marcha atrás, como quien cava y cava un pozo de mierda bajo los pies. Y yo pensaba que sí, que ojalá viniese alguien a comprarme y me llevase atado de un cordel por la pata.
Finalmente, vendieron el puerco y las patatas tempranas. Y madre pudo comprar una lata de aceite que tenía la imagen de una mujer que también se parecía Marisa Mallo. Y volvieron otras muchas veces a la feria grande de Fronteira. Ya no importaba el humor de su padre. Para él eran días de fiesta, los únicos que tenían sentido durante todo el año. Pastoreando las vacas, anhelaba que llegase el día primero de mes. Y así fue como pudo ir viendo crecer y hacerse mujer a Marisa Mallo, de las familias pudientes de la comarca, la ahijada del alcalde, la hija del notario, la hermana pequeña del señor cura párroco de Fronteira. Y, sobre todo, la nieta de don Banito Mallo. Y él nunca tuvo un cordero para ver si ella se acercaba a peinarle los rizos de lana.
El Lápiz del Carpintero, Manuel Rivas
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