_ Dese prisa, está a punto de empezar- dijo la señora Clementina, acompañándolo a la salita contigua al salón. Se sentaron con el semblante compungido. La señora se había vestido de largo para la ocasión. Parecía una dama del pintor ochocentista Boldini, sólo que más vieja. A las nueve y media en punto, el maestro Barbera dio comienzo a su concierto. Y, al cabo de menos de cinco minutos, el comisario empezó a experimentar una extraña sensación que lo turbó. Le pareció que, de repente, el sonido del violín se convertía en una voz de mujer que pedía ser escuchada y comprendida. Lentamente, pero sin la menor vacilación las notas se iban transformando en sílabas, mejor dicho, en fonemas, y, sin embargo, expresaban una especie de lamento, un canto de dolor antiguo que, a ratos, alcanzaba instantes de una ardiente y misteriosa tragedia. Aquella emocionada voz de mujer estaba diciendo que había un terrible secreto que sólo podía ser comprendido por alguien que fuera apaz de entregarse por entero al sonido, a la onda del sonido. Cerró los ojos. profundamente conmovido y turbado, aunque en su fuero interno experimentó también una sensación de extrañeza:¿cómo era posible que aquel violín hubiera cambiado tanto el timbre desde la última vez que él lo había escuchado?Sin abrir los ojos, se dejó guiar por la voz.
Andrea Camilleri
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