*** El amor es un cambio de velocidad en el ritmo de la fantasía.
*** No quisiera nunca un amor de arrebato; preferiría un amor intenso. Me gusta la intensidad y no la tensión, porque mido el amor por amperios y no por voltios.
*** Las cosas no son como son, sino como se miran.
*** Si sobre el bicarbonato de sosa del sentido común se echa el ácido tartárico de la crítica, sobreviene la efervescencia de la ironía.
*** La risa es la aritmética elemental; el humorismo, el algebra; y la ironía, el cálculo infitesimal.
*** Las palabras son venenos, y ustedes los intelectuales se equivocan cuando creen pertenecer a una aristocracia; se equivocan, si, señor, cuando desprecian a los hombres comunces, suponiendo que es más fácil vender garbanzos que música, y que es más importante un estudio sobre Montaigne que el precio de las uvas.
*** Si la iglesia, como dijo Voltaire, es la ópera de los pobres, el tribunal es para ellos un teatro de verso.
*** Lás máximas de los muertos sirven, con mucha frecuencia, para amparar las tonterías de los vivos.
*** El amor es un estado de alucinación, electromágnetico, recíprocamente sugestivo, que para que subsista no debe ser turbado por incidente alguno; cuando entre un hombre y una mujer se etablece esa cierta diferencia potencial que forma el amor, si se turba se extingue. El amor está constituido por esos pequeños elementos inaferrables que engendran las ondas; esos elementos inaferrables son las tonterías que se cometen, se dicen o se piensan, los diminutivos adorablemente grotescos con que nos llamamos, el gesto tierno de la mujer al hacernos la corbataa, y el del hombre cuando se inclina para besarle a ella los piececitos. Los condensadores que regulan estas corrientes son en extremo sensibles: basta la más pequeña separación para que la onda no sea emitida o no sea recogida; entonces el equilibrio sobre el que asentamos la pirámide de cristal se rompe y la pirámide se desploma, las adorables tonterías se convierten en estupideces, y los diminutivos y abreviativos se hacen extraordinariamente ridículos: Margot se transforma en Margarita, Mimí en Micaela y Pepito en José; el hombre se cambia en un imbécil que no sabe hacerse la corbata, la niña en mujer y los piececitos, los adorables piececitos, mórbidos y dulces, son ya sencillamente pies. En toda lucha entre el amor y la costumbre, lo que invariablemente sucumbe es el amor. La costumbre: he ahí el gran enemigo de la carne; no hay ya diferencia de potencial; uno y otro se influencian alternativamente.
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