Mi único amigo:
[...] Recordarás a las cuatro personas de que te hablé cuando estuve ahí. Te dibujo sus caras: el negro, la muchacha, el tipo del bigote y el hombre que es el dueño del café Nueva York. Hay algunas cosas sobre ellos que me gustaría contarte, pero no estoy seguro de como expresarlo en palabras.
Todos ellos son personas muy ocupadas. De hecho, lo están tanto que sería difícil describírtelos. No me refiero a que estén en su trabajo día y noche, sino a que tienen siempre tantas cosas en su cabeza que no les dejan descansar. Vienen a mi habitación y charlan conmigo hasta que llega que llega un momento en que no consigo entender cómo una persona puede abrir y cerrar su boca tanto sin fatigarse. (Sin embargo, el dueño del café Nueva York es diferente: no es como los otros. Tiene una barba muy cerrada, por lo que debe afeitarse dos veces al día, y posee una de esas maquinillas eléctricas. Él se limita a observar. Los otros llevan algo en sí que odian. Pero también tienen algo que les gusta más que comer o dormir o el vino o la compañía amistosa. Por eso siempre están tan ocupados.)
[...] Así hablan todos ellos cuando vienen a mi habitación. Estas palabras que hay en su corazón no les dejan descansar, por lo que siempre están muy ocupados. Pensaría uno entonces que cuando están juntos se comportarían como los de la Sociedad que se reúnen en la convención de Macon esta semana. Pero no es así. Hoy vinieron todos a mi habitación al mismo tiempo. Se quedaron sentados como si pertenecieran a distintas ciudades. Se mostraron incluso groseros, y tú sabes como he dicho siempre que ser grosero y no preocuparse de los sentimientos de los demás está mal. Pues así fue. No lo entiendo, así que te escribo porque pienso que tú comprenderas. Tengo extraños presentimientos. Pero ya he escrito bastante sobre este tema, y me imagino que estarás cansado de él. Yo también. (págs. 189-190)El Corazón es un cazador solitario
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