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Después de tantos años acordamos tomar un café. El bar de antaño y la Catedral seguían siendo un bálsamo. El sol de enero se filtraba entre agujas y plateros, desnudos, las vetas de la mesa lloraban. Sacó la cartera para pagar: No, deja, te invito yo. Insistió y, al abrirla, tras un plástico transparente, vi una foto y una hoja. Se dió cuenta. Ésta es mi familia y, sonriendo añadió: ésta, la hoja de té. El tiempo se plegó.
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