sábado, 24 de mayo de 2014

El pasajero y El pintor herido - De Gustave Courbert a J.C. Grange


   Daniel Le Guen, el compañero de Emaús de Marsella, le había contado que solo de ver una ilustración de Courbet se sintió enfermo.
   —¿Te hablé de Gustave Courbet?
   —Claro. Decías que era tu maestro, tu mentor.
   —¿En qué sentido?
   —No lo sé. Formalmente, tus lienzos no tenían nada que ver con sus obras, pero Courbet es un maestro del autorretrato. Adoraba representarse a sí mismo. No soy un especialista en ese período, pero su autorretrato El desesperado es sin duda uno de los cuadros más famosos del mundo...
   Narcisse no respondió. Decenas de autorretratos se exponían en las paredes de su mente. Su memoria cultural funcionaba sin problemas. Durero. Van Gogh. Caravaggio. Degas. Schiele. Opalka... Pero ni una sola imagen de Courbet. Dios mío. Bastaba que ese pintor y su obra se hubieran inmiscuido en su vida personal para que el agujero negro de su enfermedad los absorbiera.
   —Ahora recuerdo —continuó Corto—. De todos los autorretratos de Courbet, te obsesionaba El hombre herido.
   —¿Cuál es?
   —El pintor se representó moribundo, al pie de un árbol, con una mancha de sangre junto al corazón.
   —¿Por qué me interesaba ese cuadro en particular?
   —Te lo pregunté y me respondiste: «Él y yo hacemos el mismo trabajo».
Os animo a qué investiguéis la simbiosis entre estos dos cuadros,
y  su implicación en el desarrollo de la novela.

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