Hay veces en que las cosas salen aún mejor de lo previsto. Esas veces te hacen sentir aún más viva y te sientes reconciliada con la vida, el mundo y el tiempo.
El cielo es más azul, los pinos más verdes, la atmósfera más limpia y tu amiga más amiga. El futuro se predice como el actual presente: sorprendente y perfecto.
Mi amistad con J. se remonta a hace veintitrés años, el año en que coincidimos en nuestro destino laboral. Desde entonces, aunque no hemos vuelto a coincidir en el trabajo, sí hemos seguido cultivando una estrecha relación; salpicada ,eso sí, por períodos de ausencias, que no de olvidos. Hace ya bastantes años, y visto que nuestras vidas corrían paralelas, que no pegadas, tomamos la decisión en firme, de comer juntas al menos tres veces al año. Sin desdeñar otros posibles encuentros que pudieran 'surgir'. La comunicación telefónica y la confianza que nos tenemos, daba lo bastante de sí, como para irnos manteniendo al corriente de los avatares de nuestras vidas: nuestras familias y nuestro trabajo.
Siguiendo la tradición un día la llamé y quedamos para comer un viernes. Ese día ella terminaba pronto y yo la recogería al salir de una revisión médica que tenía pendiente.
Unas horas después a esa llamada quiso la casualidad que me dedicara distraídamente a hojear los folletos que inundan el buzón de casa. Entre ellos, había uno que hablaba de la muestra de cocina que el municipio suele organizar cada año por estas fechas. Por motivos que no vienen a cuento me interesó, y me dediqué a comprobar, que la iniciativa a lo largo de estos años, ha cuajado; y que además de calar ha proliferado.
En esos pensamientos andaba yo, cuando me fijé en las fechas y las zonas correspondientes; pues mi municipio es uno de los más grandes de la isla e incluye unas cuantas. 'La mostra de cuines' se extendía a lo largo del mes de Abril, en concreto los viernes. Ahí mi cerebro hizo 'tilín' y pensó ¿viernes? ¿Abril? ¿comer? Miré con atención y ¡oh, albricias! el viernes en que había quedado para comer con J. coincidía con el que correspondía a mi zona. Miro los restaurantes que se unen a la muestra, miro los tenedores, miro los precios... Dos y tres tenedores, diez y quince euros respectivamente. Conclusión: ¡hay que aprovechar!
El día de marras, metí el folleto en el coche, con la intención de proponérselo a J. y convencerla. A partir de ahí todo vino rodado, no hubo que convencerla de nada porque le pareció estupendo, no sólo la iniciativa de ir a la Mostra, sino al lugar concreto que yo había pensado. Un restaurante que se encuentra en el interior de un hotelito de cuatro estrellas, al lado de casa, y por el que sentía yo, desde hace años, una curiosidad muy curiosa por conocer. Dícen que la ocasión la pintan calva -no sé por qué- así que bueno, me adentré en tan buena compañía con mi flamante coche por las barreras que siempre había visto desde fuera, por el empedrado que conducía al centro neurálgico del 'Resort'- pues esa es la denominación que le dan-. Aparqué mi coche, y allá que nos fuimos las dos, campeonas del mundo mundial, dispuestas a comernos un menú de lujo, en un entorno de lujo, por un precio envidiable.
¿El restaurante, por favor?
Sigan hacia el fondo y las primeras puertas a la derecha.
Entramos y esperamos a que acuda alguien. Se acerca una camarera.
Hola, somos dos.
¿Tenían mesa reservada?
No.
Esperen, por favor.
Consulta con alguien y vuelve en breves momentos.
Síganme... Pueden escoger mesa.
Nos ha llevado hasta una terracita, donde varias mesas estan ya ocupadas. El sol cae de lleno, pero los parasoles se ocupan de hacerle frente. Escogemos una mesa en una esquina, alejada de los demás comensales, con vistas inmejorables a los impecables jardines y piscina. La comida apunta maneras.
Se nos debe ver cara de menú, porque en ningún momento la camarera que nos va a servir nos ofrece la carta. No importa, porque esa es la verdad: venimos por el menú. Aún asi el trato por su parte es más que atento y cordial.
En las siguientes dos horas nos dedicamos a parlotear por los codos, a reír y comer. Sabiéndonos privilegiadas de estar juntas aquí y ahora. Y con el móvil hago fotos, muchas fotos. Tambien la camarera, a mi petición, nos hace un par de ellas; tomándose su tiempo y cambiándo el ángulo del enfoque. Es momento de aprovechar la vida, de sorberla; las tres lo sabemos. Ahora estamos aqui, mañana no. Tal vez en un futuro, no próximo desde luego, el sol, el verdor, el sosiego, el menú y el lugar vuelvan a conjugarse con nostras. Tal vez.
Mientras perezosamente se desliza el tiempo vamos poniéndole fin a la comida con un café. Concretamos proyectos conjuntos: una escapada a Madrid. 'Los Miserables', 'El Prado', su hijo, la mía, habitación doble, Mercado de San Miguel, palabras que van trasformando deseos y sueños en verbos, mientras ponemos el colofón a un yantar celestial.
P.S.: Primero: Espuma de almendra con cannelloni crujiente de queso de cabra.
Segundo: Lomo de ternera blanca glaseada con estragón, alcachofas, setas y ñoquis de olivas.
Postre: Lasaña de chocolate con frutas al ron.
Bebida: Copa de vino tinto o blanco y agua.
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