lunes, 28 de diciembre de 2009

El Comisario Bordelli - Marco Vichi


El comisario siguió avanzando mirando a su alrededor. Le parecía estar entrando en otro mundo. El suelo estaba hecho de anchas tablas de madera que crujían a cada paso. Dante levantó la mirada hacia el comisario sólo en el último momento. Tras limpiarse en la bata, le tendió una mano gigantesca, difícil de estrechar. Tenía la cara alargada y alegre, como un niño entusiasta, y los ojos grandes apenas cubiertos por un velo de tristeza.
-La luz de las velas cansa menos -dijo con su potente voz.
-Estoy de acuerdo.
Dante le miró como si le juzgase desde lo alto de su metro noventa.
-Así que es usted comisario -dijo Dante.
-Siento molestarle. ¿Qué está haciendo? -preguntó Bordelli, ganando tiempo. Con la pregunta, Dante se emocionó como un chiquillo.
-Estoy creando una sustancia que revolucionará el mundo -dijo sonriendo, como si hablase del chocolate. Bordelli con curiosidad le preguntó de qué sustancia se trataba. Dante sacó medio cigarro del bolsillo de la bata y lo encendió con la llama de una vela. Se sentó en diagonal sobre el mostrador.
-Es una sustancia que hará felices a los ratones -dijo con aire satisfecho.
-¿A los ratones?
El inventor dejó ver unos dientes enormes enmarcados en una sonrisa ciclópea.
-Yo amo a los ratones. No me gusta que los hombres los maten sólo porque vagan por las cocinas y asustan a las mujeres. El polvo que estoy creando les hará inmunes a cualquier veneno.
-Comprendo.
-No, no lo entiende. Veo claramente que usted también piensa que los ratones son molestos y son portadores de enfermedades.
-Es lo que siempre se nos ha enseñado.
Dante dirigió hacia Bordelli su índice nudoso.
-¿Quiere que los llame? -dijo.
-¿A quién?
-A los ratones.
-¿A los ratones?
-Pero quédese quieto. No le conocen y podrían ponerse nerviosos.
Bordelli había empezado a pensar que aquel hombre era sólo un pobre loco, pero en aquella gran habitación iluminada con la luz de las velas se sentía perfectamente cómodo. Quizás, pensó, yo también esté loco.
-¿Cuántos vendrán? -preguntó.
-No se preocupe, son amigos.
Dante emitió extraños sonidos con la boca y al poco tiempo el suelo empezó a poblarse de animalitos oscuros que se acercaban con cautela, olfateando el aire a intervalos. Se aproximaron al inventor. Al menos eran una veintena.
Dante se arrodilló y empezó a susurrar. Los ratones se paseaban tranquilamente en torno a sus pies. Él les tocaba con un dedo y los llamaba por su nombre, uno a uno: Jeremías, Atila, Erminia, Aquiles, Desdémona.
Bordelli no pudo refrenarse.
-¿Cómo los reconoce? -dijo.
Dante mordió el cigarro y escupió una corteza de tabaco.
-También los chinos a primera vista nos parecen todos iguales -dijo. Sacó del bolsillo un trozo de chocolate y lo desmenuzó sobre el suelo. Los ratones atraparon entre los dientes las virutas y regresaron con calma a sus madrigueras. Dante los saludó con su vozarron de bajo y se giró hacia Bordelli.
-¿Café comisario?
-Con mucho gusto.
-Lo hago enseguida. -Fue al mostrador y se puso a armar un alambique con serpentín. Encendió una llama por debajo y echó un puñado de polvo de café.
-Sistema patentado. Las grasas se eliminan y queda sólo la mejor parte.
Bordelli miraba fascinado el mostrador de trabajo, atiborrado por todas partes de mecanismos incomprensibles, engranajes y probetas. Nunca antes había visto algo parecido. Dante metió sus grandes manos en los bolsillos.
-Nosotros, inventores, dedicamos nuestra vida a mejorar la vida de los demás. Pero le confieso que nos divertimos un montón.
(...)
-Señor Dante, tal como le dije por teléfono, debo darle una mala noticia -dijo Bordelli.
-Dígame.
-Se trata de su hermana.
-¿Muerta? -dijo Dante, mirándole fijamente.
-Sí.
Dante no tuvo ninguna reacción. Fue a encender de nuevo el cigarro con la vela y aspiró varias veces seguidas. Bordelli volvía a sentir cansacio y se acomodó con placer en una gran silla con brazos. El inventor permaneció de pie. (Págs. 55-57)

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