miércoles, 10 de noviembre de 2010

Rosa Ribas - La Detective Miope

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La cantante calva

Me aposté frente a la casa de Jaume Peyró. Si alguien vivía con él en secreto, en algún momento tendría que salir y si se estaba escondiendo, como parecía, tal vez saldría sólo por la noche.
   Mejor. Por la noche la ciudad apesta un poco menos. Es más fácil concentrarse en lo que se hace cuando se huele menos el humo de los coches. El olor a orines que emana de tantas paredes en la ciudad se sigue percibiendo, pero no penetraba en el interior del coche desde el que vigilaba la casa.
   El problema era cómo podría saber quién era la persona que vivía con él. En el bloque había veinte viviendas y no podía observar quién salía de cuál de ellas. Mi única opción era que se diera una correlación entre las luces de la casa y la salida o entrada de alguién en la casa.
   Y tuve suerte. Ya en la primera vigilancia vi que hacia medianoche una mujer con la cabeza cubierta con una boina roja entraba en el bloque y que poco después se encendían las luces en la casa de Peyró. Pasaron dos noches más hasta que volví a ver la boina roja. Abandonó el bloque a la una de la noche y empezó a caminar por la calle Aragón en dirección al centro. La seguí a gran distancia porque a esa hora quedaban pocos transeúntes. Al llegar cerca de Rambla de Catalunya, la mujer se cruzó con un grupo de adolescentes que venían gritando y dándose empujones. Uno de ellos le arrancó la boina de la cabeza y, tras un segundo de pasmo, se escucharon unas risas guturales, groseras.
  En un primer momento mi atención se desvió hacia la boina que volaba por el aire pasando de mano en mano, pero no era crueldad de patio lo que había causado las risas, era la cabeza de la mujer:  Calva.
  Aceleré el paso. Los adolescentes estaban tan absortos en su juego y la contemplación burlona de la cabeza desnuda que no se apercibieron de mi llegada. Entré de un salto en el círculo que habían formado y atrapé la boina en el aire. Dejé el brazo levantado y la otra mano formó un puño que acerqué a la cara de uno de ellos. Conseguí que retrocediera un paso y los demás lo imitaron. Cuando el que debía ser el cabecilla se sobrepuso a la sorpresa, intentó azuzarlos, pero ninguno se atrevió a dar un paso adelante. Clavé los ojos en el cabecilla, los mismos ojos que Marín me había recomendado disimular. Los dejé fijos en él y ladeé la cabeza como si estudiara en qué parte le iba a morder. De hecho, estudiaba en qué parte le iba a morder. Como la lactancia y la adolescencia son quizá las dos fases del desarrollo humano en las que más cerca estamos del animal que somos, el chico por instinto lo notó. No movió los pies, pero el cuerpo se echó para atrás, lo suficiente para reconocer la derrota. La sarta de insultos que nos dirigió fue su claudicación; los gestos obscenos y los eructos con los que el grupo se alejó de nosotras una petición de clemencia.
  -Toma.
  Le devolví la boina.
  -Ahora ya no la necesito. Gracias.
  Estaba temblando. Me ofrecí a acompañarla un poco.
  -Mejor aún -dijo-. Vamos a buscar algo abierto. Te invito a tomar algo.
  Encontramos un local cerca de la plaza de Catalunya. Hicimos una señal al camarero. Mientras se nos acercaba, ella, ¿les he contado que se llamaba Aurora C? Bien, ahora sí. Sigo. Mientras se nos acercaba, Aurora C. me dijo:
  -Ya verás, el camarero o bien le hablará a mi cabeza, como si no tuviera ojos, o hará tantos esfuerzos por no mirármela que parecerá que quiere hipnotizarme.
  El camarero se decidió por la opción b. En cuanto se hubo alejado lo suficiente, nos echamos a reír. Llevaba tiempo sin hacerlo. Decidí decirle que era detective privada.
  -Pero, ¿no me estarás siguiendo a mí?
  -Me temo que sí. (Págs. 44-45) 
***
Pocas veces tiene una la ocasión de pedir permiso al escritor para 'colgar' unos párrafos de una de sus obras literias, como ha sucedido en este caso. Muchísimas Gracias Rosa.
Sirva, pues, esta excepción para darme pie a comentarla; sin esperar, como es costumbre en este rincón, a que antes algún bloguero rompa esa lanza, otorgándome así mi turno de réplica.

Puesto que absolutamente todas las citas que salpican esta bitácora estan escogidas siguiendo única y exclusivamente mi gusto personal, partimos ya de la base de que la novela me gusta.  Se trataría entonces de aclarar el porqué, y a eso voy. 
Empecemos por recordar que 'La cantante calva' de Eugène Ionesco es una de mis debilidades, véase la entrada 'La Cantante Calva o Lo que me traje de París (II)', aqui ya encontramos el primer guiño que me hizo la novela. No olvidemos que La Novela Negra (con mayúsculas) protagoniza muchas de las 'entradas' en el blog, son mi lectura predilecta en esta última temporada, sabiendo eso sí que 'la temporada' abarca, hasta el momento, estos diez últimos años. Muchos son los personajes que llevo a cuestas, pues he de reconocer que algo se queda en (no me atrevo a llamarlo 'alma' porque suena a canción pachanguera) lo que denominamos bagaje. Y allí, en ese batiburrillo, un rimero de detectives  van dejando su particular impronta al tiempo que resuelven sus casos criminales, más o menos originales. Ya sean Carvalho, Wallander, Montalbano o Camilleri (por citar unos pocos), encuentran en muy pocas ocasiones su álter ego  femenino; únicamente me viene a la memoria Petra Delicado, en lo que se refiere a las sagas 'negras' españolas. Y por qué cuento esto¿?, porque me encantaría poder escribir, dentro de unos años por aquí, que a esta corta lista de detectives femeninos se le ha añadido la Sra. Ricart, que no es otra que 'La Detective Miope'. ¿Motivos? Los Suficientes, como diría el insigne albino Replicante. Su perspicacia, su tenacidad, su ternura, su locura, sus razones y sus métodos, pueden ser algunas de las respuestas. Su entorno, y al hablar de entorno me refiero a la Agencia de detectives y los personajes que incluye,  y su particular relación con el mundo policial. Son, como he dicho, algunas de las razones por las que este entrañable personaje debiera 'Repetir'. 
Y por poner una de cal, ¿o es de arena?, señalar que tiene que evolucionar y madurar un poquito más el estilo narrativo, en mi humilde opinión, pero dada la juventud de la autora y su obra, éstos vendrán fluidamente con el transcurrir del tiempo y la escritura; no me cabe  ninguna duda. 
No quiero dejar de señalar que, en repetidas ocasiones a lo largo de la lectura, el recuerdo del más joven Mendoza, con sus correrías por Barcelona, tanto en 'El Misterio de la Cripta Embrujada' como en 'El Laberinto de las Aceitunas', de la mano de un loco encantador, asaltaron agradablemente mi memoria.

Enhorabuena Rosa.
                   
3spum4

2 comentarios:

  1. No tiene ningún derecho a utilizar el nombre real de una persona (Aurora Claramunt), profesionalmente conocida.

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  2. Hola anónimo. No cuesta nada sustituir el apellido por una C., así lo haré, aunque sinceramente pienso que ha habido una imprevista coincidencia de nombres.
    Un saludo.

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