Desde mi llegada había algo en Camisaroja que no me gustaba. En algún momento cambié mi criterio y pensé que era una buena persona aunque un poco afectado, pero ahora volvía a ver, más claramente aún, que sus intenciones no eran buenas, y eso me gustaba menos aún. Me daban igual las buenas razones que aparentara defender, o que intentara impresionarme por ser mi jefe de estudios. ¡Uno no es mjero persona por saber argumentar con habilidad! Ni se es peor por no saber hacerlo bien. A primera vista, Camisaroja tenía razón en lo que decía, pero por muy bien que sonara no me llegaba al corazón. Si el dinero, la autoridad o el intelecto pudieran comprar los corazones de la gente, las personas más queridas serían los prestamistas, los policías o los profesores de universidad. Y los razonamientos de todo un jefe de estudios de una escuela secundaria no iban a conquistar mi corazón. Los seres humanos obramos por lo que nos gusta y lo que nos disgusta, no por los razonamientos abstractos que se derivan de ello.
-Es posible que tengas razón en lo que dices -anadí-, pero a pesar de todo no quiero esa subida de sueldo. Por mucho que lo medite no voy a cambiar de opinión. Y ahora he de irme. ¡Adiós!
Y de ese modo me dirigí a la salida. La Vía Láctea era una guirnalda sobre mi cabeza. (pág. 172)
-Es posible que tengas razón en lo que dices -anadí-, pero a pesar de todo no quiero esa subida de sueldo. Por mucho que lo medite no voy a cambiar de opinión. Y ahora he de irme. ¡Adiós!
Y de ese modo me dirigí a la salida. La Vía Láctea era una guirnalda sobre mi cabeza. (pág. 172)
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