sábado, 25 de agosto de 2007

Mucho Más

Voy a ver a mi prima. Está sedada, me dice su hija agotada, con ojos brillantes, enrojecidos, tez sin color. Ademanes lentos, palabras arrastradas y aún así tiene el valor de ofrecerme un café. Qué valentía.

Cuenta cómo fue: Ya llevaba dos días muy mal, el médico venía por la mañana y por la tarde, nos decía: tiene un poco de ansiedad. Al tercer día, tras tanto vómito, llamamos a una ambulancia, le ingresaron y nos dijeron que estaba deshidratado, una sonda y se pondría bien...a las dos de la madrugada murió. Rompe a llorar. Nos dijeron que estaba deshidratado.

Silencio, sus dos hijos estan también en el salón, ven la tele y meriendan, no hacen apenas ruido; la tele tampoco. Preside la estancia un precioso sillón de piel, muy nuevo y mullido. Mientras lo acaricia de pie, me cuenta: se lo compramos para que estuviera más cómodo, todo le hacía daño; quisimos comprarlo de tela, pero no eran tan suaves como éste. Al final, me dice, lo encontraba demasiado frío, frío. Se lo compramos para que estuviera mejor, más cómodo.

Bueno, le digo, hicisteis todo lo que pudisteis, me corrijo enseguida, todo lo que pudistéis no, mucho más. Sí, me dice ella, mucho más.

En estos últimos meses, cuando la enfermedad se agravó, siempre nos quedábamos una con él, nos turnábamos. Algunas veces, en las que se encontraba mejor, me pedía que le llevara a dar una vuelta con el coche: M. llévame a dar un paseo, me decía. Y yo con mi flamante L, me iba con él sin importar a dónde. Se lo compramos de piel para que estuviera más cómodo y decía que le daba frío, frío.

Me empiezo a despedir, y me pregunta si no me espero a que despierte su madre. Le digo que no que en pocas horas nos volveremos a ver, que aproveche la tranquilidad del momento y descanse ella también un poco. Se la ve extenuada.

Mi hermano, dice, 35 años de sufrimiento.

Si 35 años de un dolor tan inmenso que una se pregunta como pudo vivir tanto tiempo. Cómo pudo la madre, cómo pudo la hermana, sonreir y vivir, y alegrar su vida. Y sin embargo lo hicieron. Ojalá que esos nietos, esos hijos, que en silencio meriendan, puedan paliar de algún modo tanta tristeza.

J. C. 23 de Agosto 2007. Tenía 35 años.

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