viernes, 13 de junio de 2014

Veía; miraba y veía - Manuel M.S.

   Veía; miraba y veía lo que le desagradaba y lo que no, y, en contra de su voluntad, más lo desagradable, pues lo que no lo era no llamaba su atención por ser normal y no agitar su espíritu. Y a medida que avanzaba en el tiempo, menos miraba pero oía; oía y escuchaba y de lo que escuchaba, lo que no le gustaba superaba en mucho a lo que podía complacer a su espíritu. Siempre había escuchado decir, siempre había leído que el paso de los años hace al hombre más comprensivo, más tolerante y por tanto más sabio, pues esas cualidades son hijas de la sabiduría, y deseaba que eso ocurriese, pues siempre había escuchado, siempre había leído y así lo había creído, que la sabiduría conducía a la paz, lo que en su concepción de la vida equivalía a la felicidad.

  Pero los años pasaban y él, que se sentía más comprensivo, más tolerante y por lo tanto más sabio, aunque consideraba ese concepto equívoco, veía con frecuencia que la comprensión y la tolerancia no formaban parte de su cotidianidad; y no es porque no lo intentara "Todos hemos sido jóvenes, todos hemos tenido hijos, todos hemos hecho barrabasadas..." Y recordaba. y hurgaba allá, en esa cueva profunda del pasado en un intento de ser hoy el joven de ayer, el padre que como hoy, vivía para sus hijos;y le podía la consciencia del cambio de la sociedad y pensaba "Las penas pasadas ya no son penas, los dolores tampoco; solo queda la pena de las ausencias y aún estas ,las merma el tiempo".

  Evocaba los tiempos en los que divertirse era lo prioritario: lo exigía la juventud y lo pedía la dureza de la vida. Salir con la ilusión de encontrarse con la niña que no se le iba del pensamiento, cruzarse con ella, esperar una mirada...un segundo nada más, pero llenarse el alma de la alegría de saber que ella sabía que la había mirado, porque una mirada entonces tenía el valor de una promesa "Te prometo que serás mía, que te quiero para mí y no pararé hasta conseguirlo", y una sonrisa... cuando la mirada se acompañaba de una sonrisa, ellas dos llenaban de ilusión todos los días que transcurrían hasta un nuevo encuentro. El primer encuentro, escuchar su voz por primera vez, el primer contacto de las carnes...Todo tenía la dimensión de lo prístino.

 Y evocaba más, y pensaba con tristeza los conocimientos con los que llegan a la adolescencia las criaturas hoy, robándole ese cúmulo de emociones que hacían de las diferentes etapas de la vida una diversidad de experiencias con una consciente intensidad, que hoy no se experimentan. Pero lo que más desazón le producía era la inseguridad, la falta de certeza de tener razón en todas estas apreciaciones. ¿Era la juventud menos educada que antes a pesar de la aparente mejor formación, se había relajado la moralidad en exceso, había más violencia en la sociedad actual, había más libertad o sencillamente lo que existía era un trueque del quito de aquí y pongo allá? Y recordaba cuando la puerta de su casa estaba abierta todo el día y sus padres no se preocupaban de donde estaba su hermano...de su hermana sí. Otros tiempos.

  Se consolaba sabiendo que eso había ocurrido siempre. Galdós, pone en boca de algunos de sus personajes, ya mayores, críticas hacía los jóvenes y, existen textos del mundo antiguo donde ocurre igual. Y también le servía de consuelo la generalizada opinión, coincidente con la suya, de la casi totalidad de sus coetáneos. Pero había algo distinto, algo que hablaba de un cambio sustancial; ya no solo era un cambio de atrezo y decorado. Siempre se había admirado a los mayores, eran el modelo; se deseaba poder tener edad para vestir como ellos, tener la libertad de ellos, la responsabilidad de ellos, poseer el conocimiento de ellos. Eso, y es evidente, ha cambiado. Hoy el valor está en la juventud, son los valores de la juventud los que priman, y esos valores ¿Tienen una sustentación sólida, la suficiente entidad como para soportar una sociedad? La desazón estaba instalada y de ninguna manera quería marcharse. Habría que convivir con ella...sabiamente.

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