domingo, 1 de junio de 2014

Consummatum est - César Pérez Gellida

    —Todavía no te he hablado de Paco el Rata, ¿verdad? —preguntó Sancho tras pedir otra ronda.
   El islandés le miró con incertidumbre y se aclaró la garganta, pero no dijo nada.
   —Paco el Rata fue el primer compañero que tuve durante mi etapa de formación. Servicio de noche recorriéndonos uno de los barrios más conflictivos de la ciudad —concretó—. Yo conducía y él fumaba. El muy cabrón apagaba las colillas en la alfombrilla del Seat Málaga antes de arrojarlas por la ventanilla y encender el siguiente cigarrillo. Me torturaba con canciones grabadas en una casete más desgastada que la esclava que llevaba en la muñeca derecha con su nombre grabado. «Te voy a poner un temazo», me advertía. «Micky Chapán, Micky Chapán». Más tarde, descubrí que se refería a Big in Japan, el tema de Alphaville. ¿Lo recuerdas?
   —No.
   —Es igual. El tipo se retorcía en el coche bailando —explicó entre risas—. Él repetía una y otra vez que era como una catarsis. Paco el Rata, ¡menudo cabronazo! Una catarsis. Cuando terminé aquel año, me marché a San Sebastián con la duda de saber si conocía, o no, el significado de aquella palabra: catarsis. A los pocos meses, abandonó a su mujer y no tardó mucho en dejarse arrastrar por una vida cargada de excesos. Murió solo.
   La pronunciación en inglés de Sancho se había deteriorado de forma considerable, y cada minuto que pasaba le costaba más seguir hablando. Ólafur Olafsson, sin embargo, había mantenido la atención durante todo el discurso, pero se preguntaba adónde quería llegar ese pelirrojo con escasa tolerancia al alcohol.
   —Voy a decirte algo, comisario Olafsson —manifestó alargando demasiado la efe—. Creo que, en estos momentos, tengo todas las papeletas para terminar mi vida siendo un tipo solitario y amargado como Paco el Rata, y no me sale de los cojones terminar así. No merecemos terminar así. ¿Entiendes? Creo que, incluso, empiezo a tener problemas con la vista. Déjame tus gafas, comisario, que me las pruebo a ver cómo me quedan —solicitó metiendo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta del islandés—. ¡Maldita sea, Ólafur, esta montura de concha de tortuga se dejó de llevar en los sesenta! ¿Pensabas follarte a la agente Kovák con ellas puestas?
   Al comisario se le perfiló una breve sonrisa, pero inmediatamente inclinó la cabeza y mudó la expresión.
   —De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que echo de menos ciertas cosas que hacía con Sinéad —indicó como si estuviera confesando una fechoría—. ¿Sabes lo que mejor recuerdo?
   —Puedo hacerme una idea...
   —No. Bueno..., también, pero no. Ella odiaba secarse el pelo, así que yo me encargaba de hacerlo. Era una práctica habitual de los domingos por la tarde. En ocasiones, puedo sentir el tacto de su pelo húmedo entre mis dedos y volver a oler el aroma afrutado que desprendía.
   El comisario mojó sus pensamientos en el bourbon y carraspeó.
   —Estás bien jodido, compañero —sentenció el español—. Que te ponga cachondo secar el pelo a tu parienta es un claro síntoma de estar enfermo. Muy muy enfermo.
   Durante unos minutos, no hubo diálogo y ambos se dejaron llevar por recuerdos de amargo sabor.
Big in Japan - Alphaville

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